La interna en el Frente Jujuy Crece es más que una simple disputa por bancas en la Legislatura: es el punto de quiebre de un modelo político que ha imperado en la provincia con puño de hierro. Carlos Sadir, el gobernador de bajo perfil y moderación administrativa, enfrenta la prueba definitiva de su gestión. No solo debe sostener el control de un Jujuy golpeado por tarifazos y ajustes municipales, sino que ahora se encuentra en un laberinto político del que no puede salir sin enfrentarse a Gerardo Morales, el verdadero titiritero del radicalismo jujeño.
Morales, enfermo de poder y sin capacidad de aceptar su propio desgaste, ha decidido copar las listas de diputados e intendencias sin contemplaciones. No es una jugada táctica, sino una maniobra desesperada: imponer su estructura hasta la médula para sostener un esquema que, aunque agonizante, se niega a morir. Pero la gran paradoja es que esta obsesión por el control absoluto solo profundiza la fractura en el radicalismo. Sadir y los intendentes del interior, que han logrado cierta estabilidad desde la mesura y la gestión administrativa, se ven arrastrados a una crisis que no provocaron.
La diferencia entre Morales y Sadir es el método. Mientras el primero dirigía con látigo y discurso avasallante, el actual gobernador administró el ajuste con un trato más diplomático, menos hiriente. Los municipios, aunque castigados, al menos sintieron que negociaban con alguien que los escuchaba. Con Morales, en cambio, la política se convirtió en una imposición inflexible, donde la única voz que valía era la suya. Ese estilo autoritario no solo agotó la paciencia de la dirigencia radical, sino que también sembró la semilla de una rebelión silenciosa.
El armado de las listas legislativas es el detonante inevitable. Si Sadir y sus intendentes no tienen espacios propios, si son arrasados por la maquinaria moralesista, la fractura será irreversible. La bronca dentro del oficialismo se cocinará a fuego lento, pero su efecto será devastador: el hastío interno terminará consumiendo la estructura radical desde dentro. Morales no busca renovar nombres ni fortalecer el espacio, su único objetivo es blindar su propia impunidad política y evitar que el radicalismo se desmorone sin su control.
Pero la realidad es innegable: si Morales sigue empujando a Jujuy al abismo con su sed de poder, la derrota será catastrófica. Sadir aún tiene una opción, pero requiere valentía: desmarcarse, construir un liderazgo propio y dejar que la oxigenación política ocurra de manera natural. Si no lo hace, quedará atrapado en la trampa moralesista y se convertirá en el mariscal de la derrota. Porque cuando el feudo se derrumbe, Morales se lavará las manos y la gobernabilidad quedará en ruinas.
Las opciones son claras: resistir o sucumbir. Sadir y los intendentes aún pueden cambiar la historia, pero el tiempo se agota. Si la estructura radical no se reinventa, perderán las elecciones y la gobernabilidad en un solo golpe. La suerte está echada, pero la cobardía y el masoquismo político no pueden ser la respuesta.