A 28 días de las elecciones en Jujuy, el clima no es electoral, es existencial. Ni los actos, ni las redes, ni las boletas empapeladas logran ocultar lo que vibra en el aire: una sociedad hastiada, descreída, desfondada anímicamente, no solo por la crisis económica, sino por una política que ya no habla su idioma. La inflación desintegra el salario en tiempo real, los tarifazos estrangulan hogares que antes se sentían de clase media, y la promesa de “vivir mejor” se convirtió en una reliquia narrativa que ya no enciende ni a sus propios emisores. ¿Dónde está la política? ¿Dónde están los proyectos? ¿Quién puede, hoy, mirar a los ojos a un jujeño y decirle que hay futuro?
Muchos operadores, dirigentes y hasta medios titulan esta etapa como “apatía electoral”. Y es cierto. Hay desinterés, hay portazos a los militantes, hay bronca con cada visita de campaña. Pero ¿y si el problema no es el pueblo que no escucha, sino una política que no tiene nada para decir? En esta campaña no hay épica, no hay sentido, no hay propuestas que surjan desde el barro real de la gente. La mayoría de las listas parecen productos de laboratorio, pactadas en escritorios, llenas de fotos sin territorio y discursos sin pueblo. Se olvidaron de lo básico: el centro del poder es el ciudadano, no la selfie.
La política jujeña se ha convertido en un espejo roto donde nadie se refleja. Cada espacio se debate entre repetir slogans viejos o maquillar nuevas promesas. Pero no hay construcción colectiva, no hay escucha, no hay territorialidad con contenido. Mientras tanto, la gente corre en modo supervivencia, incluso quienes tienen empleos formales. El día a día se devora cualquier intento de planificación. En ese contexto, hablar de elecciones suena casi obsceno, como si el sistema político no registrara que del otro lado hay ciudadanos ahogados por la urgencia.
¿Y qué se necesita entonces? Legitimidad. Pero no la de los votos solamente. La legitimidad que nace cuando una propuesta toca una fibra profunda de la sociedad. Eso no se logra con carteles, ni con spots. Se construye con verdad, con humildad, con presencia, con proyectos posibles, con liderazgos que dejen de mirar encuestas y empiecen a mirar a la gente. Porque en este momento, en Jujuy, nadie está esperando un mesías ni un CEO del voto. Se espera una política que vuelva a tener sentido.
No hay una única salida. Pero hay señales claras de por dónde no es. La saturación de egos y fantasías que circulan por redes sociales y medios convencionales ya no seduce. No se puede conectar con una ciudadanía rota si se habla desde la impostura. Quien pretenda liderar debe asumir que no es desde arriba que se organiza el futuro, sino desde abajo. Y que la única campaña que puede mover el amperímetro es la que diga “ustedes», no “yo”, ni siquiera «nosotros».
El 11 de mayo puede ser recordado como una elección más, o como el inicio de un nuevo contrato social, donde los políticos entiendan que ya no se trata de representar al pueblo, sino de ser parte de él. Y si no hay quien lo entienda, el silencio del pueblo seguirá gritando. No por apatía. Sino por claridad.