Día del Trabajador: el fin del trabajo y el principio del ser

Día del Trabajador: el fin del trabajo y el principio del ser

Reflexión del Prof. Jorge Alberto Lindon // Durante millones de años, el único trabajo del ser humano fue sobrevivir. Cazábamos, recolectábamos, migrábamos como las aves, empujados por el frío o el hambre, guiados por el instinto vital de persistir. El mundo era un horizonte abierto y salvaje, y nuestro cuerpo era la herramienta del vivir. No había patrón, ni horario, ni salario: sólo necesidad y movimiento.

Con la agricultura nació otro tiempo. El humano dejó de moverse para hacer del mundo su casa. Sedentario, comenzó a domesticar la tierra, los animales y el tiempo. Apareció el excedente, y con él la propiedad, el dominio, el Estado y también la desigualdad. El trabajo ya no era solo subsistencia: era poder.

Luego llegó la Revolución Industrial. En menos de un siglo, siglos de ruralidad fueron sustituidos por fábricas, humo y ciudades. La máquina no solo modificó la producción: transformó al humano en engranaje. El trabajador, ahora obrero, fue despojado de su obra, alienado de sí, reducido a fuerza útil y descartable. La dignidad pasó a depender de la productividad, y el reloj se volvió amo.

Hoy, asistimos a un nuevo umbral civilizatorio. La automatización, la inteligencia artificial y la digitalización están desterrando al trabajo tal como lo conocemos. En las fábricas, oficinas, campos y escuelas, los humanos somos desplazados por algoritmos, robots y plataformas. El trabajo —actividad que nos otorgaba identidad, lugar, pertenencia y sentido— parece encaminarse hacia la extinción.

¿Pero es este el final del sujeto humano? ¿O es, tal vez, su oportunidad?

Como lo plantea el filósofo Franco «Bifo» Berardi, no estamos solo frente a una crisis laboral, sino ante el colapso de un paradigma antropológico. El trabajo ya no puede ser el único eje que organice nuestra existencia. En un mundo donde el «auto» puede trabajar por nosotros, es posible que se abra un nuevo destino: la expansión de la creatividad, el florecimiento de lo común, el cultivo del alma y del lazo solidario. El trabajo, sostenía el Papa Francisco, debe dignificarnos, no esclavizarnos. Si deja de hacerlo, entonces la verdadera revolución será recuperar la vida como obra compartida.

Estamos en una transición angustiante, pero también cargada de esperanza. No todos trabajarán. No todos tendrán un empleo. Pero todos podrán crear, cuidar, compartir, imaginar. Quizás el futuro del trabajo no sea trabajar más, sino trabajar mejor. Y quizás lo que venga no sea el fin de la humanidad, sino su alumbramiento definitivo.

Hoy, 1° de Mayo, no solo saludamos a quienes todavía llevan sobre sus espaldas la dignidad del esfuerzo. También honramos el porvenir. El porvenir de una humanidad que se libera del yugo del trabajo como castigo, para abrazar el trabajo como elección, como cuidado del mundo y de los otros.

Porque como decía el viejo artesano anónimo de las pampas:
“Si la tierra da sin que le pidamos, cuánto más podríamos nosotros si sembramos amor”.

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