“Fin de fiesta: la era Ficoseco se derrumba entre promesas huecas, clientelismo agotado y un pueblo que ya no cree”

“Fin de fiesta: la era Ficoseco se derrumba entre promesas huecas, clientelismo agotado y un pueblo que ya no cree”


Perico vive una última semana de campaña marcada por el desconcierto y la desesperación oficialista. El intendente Pascual Ficoseco, apremiado por un escenario económico adverso y la presión de sostener una estructura política arcaica, ha apostado todo a una jugada peligrosa: instalar a su hijo, Pascualito, en el Concejo Deliberante como salvavidas de un ciclo que muestra claros signos de agotamiento. Pero los tiempos han cambiado, y el electorado también.

La economía nacional se contrae, la coparticipación federal ha sido recortada sin anestesia, y Jujuy, al carecer de una ley de coparticipación provincial, se ve empujada hacia el abismo. Los municipios como Perico, dependientes hasta la asfixia del goteo provincial, no solo ven licuarse sus ingresos, sino que deben asumir el costo político de sostener estructuras ineficientes con recursos que ya no existen. La recaudación local se desploma por la inflación, el deterioro de la capacidad adquisitiva y una ciudadanía que ha perdido la fe en el Estado como proveedor.

A nivel nacional, distritos como Villa Gesell o Saavedra-Pigüé ya reconocieron la crisis e iniciaron recortes drásticos. Congelamiento de ingresos, reducción de salarios, ajustes de urgencia. La política está entrando, a la fuerza, en una etapa de reestructuración. Pero en Perico, los signos vitales del aparato clientelar no quieren apagarse. La administración Ficoseco pretende seguir operando como si no pasara nada: con promesas de obras, empleo público a discreción y favores que hace tiempo dejaron de ser sostenibles.

El problema es que ya no hay caja. Desde el 12 de mayo, los intendentes de todo el país deberán ajustar sus presupuestos, no por deseo, sino por obligación. La nueva etapa fiscal impuesta por el gobierno nacional exige recortar al menos la mitad del gasto público municipal para evitar el colapso administrativo. Eso implica algo ineludible: el modelo del oficialismo periqueño es incompatible con esta nueva realidad. Es una estructura que depende de gastar más, en un tiempo que solo admite gastar menos.

La estrategia electoral de Ficoseco, entonces, se revela no solo como irresponsable, sino como fraudulenta. ¿Cómo puede prometerse desarrollo, empleo y beneficios cuando no se genera riqueza y cuando el financiamiento estatal se ha evaporado? Una vez más, como en el siglo XX, se intenta montar una campaña sobre el espejismo del clientelismo, sobre la dádiva y la prebenda. Pero hoy la gente ya no come vidrio.

Porque la sociedad ha cambiado. La ciudadanía está informada, golpeada pero lúcida. Ya no alcanza con regalar bolsones o asegurar contratos a cambio de votos. El miedo al ajuste ya no pesa más que el hartazgo por la mentira. Las nuevas generaciones exigen transparencia, eficiencia y resultados. Y los trabajadores estatales, hartos de la precarización y el manoseo, ya no aceptan el rol de rehenes de los caudillos locales.

La dinastía Ficoseco se enfrenta no solo al fin de un ciclo político, sino al derrumbe de una lógica de poder que ya no tiene lugar en este tiempo. El voto del domingo será más que una elección: será un juicio social a una forma de gobernar que se sostuvo durante décadas por la dependencia, la pobreza funcional y la obediencia condicionada. Pero el pueblo ha despertado.

Y cuando un pueblo despierta, no hay clientelismo que lo duerma otra vez.

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