La partida final: el tablero post-Ucrania ya está en juego
En el silencio tenso de los despachos diplomáticos europeos y las salas de situación de la OTAN, se murmura un dato que desvela a las cúpulas de inteligencia: Rusia no planea detenerse en Kiev. Si el frente ucraniano colapsa —como varios analistas ya anticipan—, el siguiente objetivo geopolítico de Moscú será simbólico, estratégico y profundamente provocador: el Reino Unido. La advertencia la lanzó con precisión quirúrgica Eduardo Irastorza, especialista en geopolítica de la OBS Business School, al afirmar que “Rusia quiere dar un golpe a Reino Unido cuando acabe con Ucrania”. No se refiere necesariamente a una invasión directa, sino a una ofensiva híbrida —económica, diplomática, cibernética y cultural— que busque quebrar la influencia británica sobre Europa y el mundo atlántico.
Putin, que ha sabido capitalizar cada debilidad occidental desde 2008, ve al Reino Unido como el núcleo de la arquitectura anglosajona de poder, especialmente después del Brexit. Y lo percibe como el siguiente eslabón a aislar. En paralelo, Londres vuelve a esconderse bajo el paraguas de Washington, mientras Joe Biden y Donald Trump —cada uno desde su propia doctrina— juegan una partida aún más amplia: el desarme político del viejo continente.
Trump y la “paz rentada”: Europa, rehén de su propia debilidad
Según Enrique Navarro Gil, presidente de MQGlobalnEt, el expresidente estadounidense Donald Trump no solo se prepara para abandonar a Ucrania, sino que buscará redirigir el conflicto hacia una “paz negociada” favorable a los intereses norteamericanos. Pero no se trata de altruismo diplomático. Se trata de rédito. Trump quiere beneficios económicos y estratégicos en Europa: más gasto en defensa, menos soberanía comunitaria y un mayor sometimiento financiero y militar al Pentágono.
La catedrática Natividad Fernández Sola aporta la clave: “Trump espera sacar de Europa una cantidad enorme de dinero en defensa”. Ya exprimieron el negocio de Medio Oriente, después lo hicieron con el dolor ucraniano, y ahora el nuevo teatro de recaudación será Bruselas. Mientras tanto, Europa gasta sin cuestionar: se estima que inyectará 800.000 millones de euros en presupuesto militar, pero el 70% se irá en compras de armas… estadounidenses.
Así, los europeos pagan por una seguridad que ya no controlan y por una guerra que no eligen. Es la OTAN convertida en proveedor de hardware, y no en garante de paz.
Reino Unido: del Brexit a la vulnerabilidad
Londres fue durante siglos la mano invisible del tablero global. Hoy, tras el Brexit, ha perdido peso político en Bruselas y no encuentra un lugar firme entre Washington y Kiev. Rusia lo sabe. Las tensiones con Escocia, el debilitamiento del vínculo con Irlanda del Norte, la inflación y la desindustrialización hacen del Reino Unido un blanco simbólicamente potente y políticamente factible para una ofensiva indirecta del Kremlin.
El golpe que prevé Irastorza podría adoptar múltiples formas: ciberataques a infraestructura crítica, campañas de desinformación en el Commonwealth, presión sobre aliados africanos o incluso maniobras marítimas en el Atlántico Norte. No es descabellado imaginar operaciones rusas en las aguas de las islas Shetland, Gibraltar o incluso cerca de las bases británicas en el Índico. La guerra futura será sin frentes definidos, pero con objetivos claros.
Europa: el gigante que no despierta
La Unión Europea, fragmentada y tardía, asiste como espectadora al rediseño del orden mundial. Irastorza lo deja claro: solo una amenaza externa real como Rusia puede forzar el consenso interno. Pero incluso en ese escenario, el consenso no será para defender la autonomía europea, sino para alinearse aún más con EE. UU. A medida que los misiles vuelan sobre Járkov y los tanques rusos se acercan a Odesa, Europa no arma una respuesta común, sino una chequera común para comprar seguridad a crédito.
Mientras tanto, Rusia reconstruye influencia en África, gana espacios en Asia Central, y refuerza la alianza euroasiática con China. Con un frente menos en Ucrania y una OTAN gastada moralmente, Moscú tendrá margen para mirar hacia el Atlántico. ¿Qué hará Europa entonces?
¿Y después de Londres, qué?
La doctrina estratégica rusa no se limita a Ucrania. Su objetivo es redefinir la hegemonía global. En ese contexto, golpear a Reino Unido no es sólo un movimiento de venganza imperial: es una pieza en el ajedrez de la multipolaridad. Rusia busca demostrar que la unipolaridad occidental ha muerto y que el siglo XXI no estará regido desde Washington o Londres, sino desde una red de poderes que ya no aceptan órdenes del eje anglosajón.
La pregunta es si Europa —que fue cuna de la Ilustración, el Estado de Bienestar y el multilateralismo— podrá reinventarse como un actor estratégico, o si se resignará a ser un simple cliente de Washington y un blanco de Moscú.