La Corte en la Mira: Cristina al Borde y la Política al Rojo Vivo

La Corte en la Mira: Cristina al Borde y la Política al Rojo Vivo

Mientras la Corte Suprema de Justicia de la Nación se dispone a pronunciarse sobre la condena a Cristina Fernández de Kirchner en la causa Vialidad, el sistema político argentino entero se encuentra en estado de combustión. No es solo un fallo: es una escena madre, un parteaguas que puede marcar el destino de la democracia, o su total desfiguración.

La ex presidenta está a horas de enfrentar una posible ratificación judicial que no sólo la proscribe en términos simbólicos sino que intenta inmolar la historia del movimiento político más disruptivo del siglo XX y XXI argentino: el peronismo. Lo que está en juego no es una persona. Es el derecho a la representación, es la libertad de elegir y ser elegidos, es la noción misma de justicia y su capacidad —o su fracaso— de ser neutral ante la voluntad popular.

El fallo que divide y delata

Desde Sergio Massa hasta referentes del radicalismo como Lousteau o Morales —sí, el mismo Morales que arde en su propio feudo con represión y precariedad— han salido a advertir lo que es evidente hasta para un lego: la causa Vialidad tiene un tufo de sentencia escrita antes del juicio, un tufo de revancha política barnizada con legalismos huecos. «No pueden escudarse en tecnicismos para violentar la voluntad del pueblo», afirmó sin rodeos el Frente Renovador en un comunicado que acaba de incendiar las redes.

El radicalismo, o al menos sus sectores más institucionales, también decidió romper filas con los carroñeros del lawfare: se niegan a convalidar un antecedente de proscripción que podría volverse búmeran para cualquiera en el futuro. Porque cuando la justicia se transforma en espada de guerra y no en balanza imparcial, el daño es sistémico.

¿Dónde quedó la independencia judicial?

Los mismos sectores que se desgarran las vestiduras hablando de República y división de poderes, hoy celebran que la Corte Suprema esté a punto de validar una condena sin pruebas materiales concluyentes, con una pericia manipulada y un fiscal que exhibió PowerPoints más ideológicos que jurídicos. Y como si fuera poco, el presidente Javier Milei —ese outsider reciclado en monarca virtual— retuitea a Agustín Laje llamando “enemigos” a los que piensan distinto.

¿Acaso eso no es alentar la violencia? ¿No es convertir en enemigo interno a todo aquel que no repita el libreto libertario?

La grieta ya es fractura social

En este escenario, el fallo contra Cristina dejará de ser judicial para transformarse en un misil político de alto impacto. No solo porque polariza aún más una sociedad ya fragmentada, sino porque legitima la persecución al adversario como método. Se esfuman los acuerdos básicos de convivencia democrática y entra en escena la “batalla cultural”, ese eufemismo que oculta un proyecto autoritario: eliminar al otro, disciplinarlo, callarlo.

La resistencia se articula

Pero algo está empezando a germinar: una resistencia transversal que comprende que lo que se juega ahora excede a Cristina Kirchner. Desde sectores del sindicalismo, la cultura, los movimientos sociales y también desde la academia y algunos medios, se empieza a decir lo que muchos callaban: si tocan a Cristina por razones políticas, mañana pueden tocar a cualquiera.

La UCR institucional, ese radicalismo que alguna vez escribió la Ley Sáenz Peña, lo entendió. Por eso se corrió del blindaje a la Corte. Por eso habla de persecución política.

¿Y si el fallo se consuma?

Si la Corte ratifica la condena, sellará no solo una injusticia, sino una proscripción moderna. No será un tiro en la frente, será un tiro en la democracia.

Pero aún queda la palabra popular, y aún quedan tribunas de dignidad que no están dispuestas a ser clausuradas por sentencias dictadas por la mesa judicial.

Lo que está en juego no es solo el destino de una dirigente. Es la memoria del país, su porvenir, y la chance de que aún exista la política como camino de transformación, y no como dispositivo de eliminación.

EP

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