Bill Bonner: «Que alguien le explique a Francisco sobre el capitalismo»

 Bill Bonner: «Que alguien le explique a Francisco sobre el capitalismo»

A la nueva corriente anticapitalista se ha sumado recientemente la voz del papa Francisco. Bill Bonner nos explica por qué el auténtico capitalismo, no el sistema de codicia compartido por Washington y Wall Street, es aún el mejor sistema económico que ha conocido la humanidad.

Cada persona adora a su propio dios. Algunos adoran a Jesucristo y otros adoran al dólar. Los capitalistas no descalifican al dios de Francisco y uno esperaría que los seguidores del nuevo papa hicieran lo mismo.

Descalificar al catolicismo te granjearía enemigos; a los que no son católicos no les importaría lo que digas y los seguidores del papa serían tus enemigos de por vida.

Pero descalificar al capitalismo tiene una gran audiencia muy receptiva.

Por supuesto, me levanto para defender la fe, la fe en el capitalismo. Pero lo hago con delicadeza. No porque dude en mis convicciones capitalistas si no porque no me quiero ganar enemigos. Por tanto, no me voy a dedicar a criticar a la fe del papa Francisco.

En su lugar, me voy a dedicar a explorar el encanto del arte de ganar dinero, confiado en que al menos en la tierra de los que defienden a la libertad económica voy a encontrar algún apoyo.

Casi nadie aprueba el capitalismo, y menos aún aprueban la práctica de los codiciosos banqueros de Wall Street que se llaman a sí mismos capitalistas. Estos últimos predican la tolerancia al riesgo como medio para generar riqueza, pero cuando el riesgo se traduce en pérdidas acuden a sus amigos del Gobierno para que los rescaten. Públicamente apoyan el liberalismo económico, pero en privado colaboran con los reguladores para conseguir rescates, subsidios y barreras de entrada que mantengan a nuevos competidores fuera de sus mercados.

En la crisis de 2008 por ejemplo, la industria financiera alcanzó un punto de inflexión. En aquel momento podían haber decidido cambiar y empezar a hacer las cosas bien, pero en su lugar siguieron con el viejo sistema de privilegios.

Lo que debería haber ocurrido es lo que escribió David Stockman en su libro ‘La Gran Deformación’:

«… cientos de miles de millones de dólares de deuda a largo plazo y de acciones que mantenían la máquina de especulación del Wall Street funcionando deberían haber sido barridos, incluyendo las gigantescas cantidades de acciones poseídas por los grandes directivos. Este resultado hubiera sido realmente constructivo desde un punto de vista social. Nos hubiera dado una lección de cómo evitar los comportamientos temerarios que emergen en la especulación y en el capitalismo salvaje.»

Pero en lugar de esto, los especuladores salieron ganando. Y ahora los grandes bancos son aún más grandes que antes de la crisis. Esta semana, el Wall Street Journal ha informado que los cuatro grandes bancos de inversión de Estados Unidos mantienen una posición de 214 billones de dólares en derivados. Estos bancos, demasiados grandes para caer, están echando al resto de los competidores fuera del mercado. El Wall Street Journal lo relata así:

«El descenso del número de bancos, desde un máximo de 18.000, lo han protagonizado casi íntegramente aquellos bancos con menos de 100 millones de dólares de activos desde 1984 hasta 2011. Más de 10.000 bancos han abandonado el sector durante el periodo debido a las fusiones, adquisiciones y quiebras. Según los datos de del Gobierno, el 17 por ciento de los bancos que desaparecieron lo hicieron tras quebrar.»

Los bancos tienen ahora 2,2 billones más en depósitos que cuando Lehman Brothers quebró. ¿De dónde ha venido ese dinero? Bueno, la Fed ha creado toda esta masa de liquidez con un programa de estímulos monetarios. ¿Es una coincidencia?

Sí, querido lector, los grandes bancos también odian al capitalismo. Lo que les gusta es el capitalismo entre amigos. Ese capitalismo en el que tienen amigos en la Fed y en el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.

Y que el resto tenga al capitalismo verdadero, pero por otras razones. Tienen envidia de aquellos que tienen más que ellos, y apoyan la distribución de la riqueza para el resto, sobre todo para ellos mismos.

Así que no importa en qué dirección mande el papa su mensaje anticapitalismo; seguro que encuentra gente receptiva que lo apoye.

Es cierto que, como hemos explicado, el capitalismo es fácil de ser corruptible, pero eso no significa que sea un criadero de codiciosos. Los cristianos también han hecho a lo largo de los últimos dos mil años cosas terribles, pero eso no significa que el mensaje fraternal de esta religión no merezca ser objeto de aspiración. Al igual que el cristianismo, el capitalismo es un objetivo no un hecho.

«Pero éste es el mismo argumento que los comunistas esgrimieron cuando el Muro de Berlín cayó» me dice mi hijo Jules cuando hablo del tema con él.

«Dijeron que no podías condenar al comunismo sólo porque la Unión Soviética era un nido de ratas. Ellos también decían que el comunismo era un objetivo en el que los rusos habían fallado.»

Mi respuesta fue ésta:

«Sí, pero hay credos valiosos y credos que no valen nada. ‘Haz a los demás lo que quisieran que te hicieran a ti’ es aún la mejor manera para que una comunidad se relacione. Cuanto más te apartas de ello, peor estás.»

«El capitalismo funciona igual. Cuanto más te apartas de la auténtica libertad económica, más parásitos se aprovechan del sistema y peor funciona el sistema.»

«La envidia forma parte de nuestras vidas; no puedes eliminarla. Pero tiene diferentes resultados dependiendo de qué tipo de sistema tengas. Incentivar a la libre empresa impulsa que la gente trabaje más duro, invente cosas nuevas y contribuya a que la sociedad en su conjunto esté mejor.»

«En un sistema capitalista viciado, la envidia empuja a la gente a aprovecharse del sistema. Pero esto no incentiva a que la gente trabaje más duro o invente cosas nuevas.»

«Por otro lado, cuanto más cerca estás de la economía del Gran Estado, ¡más te acercas a Corea del Norte! Hay objetivos por los que hay que trabajar duro para cumplirlos; con otros objetivos hay que trabajar duro para no acercarnos.»

Alguien debería decírselo al papa Francisco.

Bill Bonner

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