Las horas son decisivas. En Jujuy, la conducción de La Libertad Avanza enfrenta una bifurcación peligrosa: persistir en la lógica del amiguismo o reconstruir, con urgencia, una arquitectura política sólida que sea capaz de sostener la esperanza que despertaron en 2023. La inminente conformación de listas municipales y provinciales ha encendido las alarmas: la designación de candidatos timoratos, sin densidad territorial ni fuego político, augura un fracaso electoral de proporciones. Y con él, la posible expulsión —de hecho o de derecho— de los actuales referentes jujeños: el diputado nacional Emanuel Quíntar y el senador Ezequiel Atauche.
Porque no se trata solo de nombres: se trata de decisiones. De convicciones. De saber que el capital político no se administra con planillas de Excel ni con redes sociales vacías de acción, sino con presencia real en los barrios, con estructuras militantes de base y con una narrativa transformadora que dispute hegemonía. Pero en Jujuy, los libertarios parecen haber “chocado la Ferrari”, no por falta de combustible, sino por un exceso de soberbia y falta de conducción estratégica. La militancia es apenas discursiva, tibia, sin arraigo, sin la musculatura que exige un escenario hostil, con oficialismos fuertes y oposiciones articuladas.
En este contexto, la moderación crítica que Quíntar y Atauche ejercen frente al modelo popular-socialista promovido por Cambia Jujuy, hoy rebautizado como Jujuy Crece, ya no se interpreta como prudencia, sino como connivencia. La falta de denuncia estructural del legado de Gerardo Morales y de la gestión anodina de Carlos Sadir, les resta potencia y los presenta como piezas integradas —aunque vergonzantes— del mismo sistema. Si no rompen con claridad y denuncian con contundencia, el electorado no los distinguirá del statu quo. Y los castigará.
Porque del otro lado, el ala dura del kirchnerismo, junto a la izquierda clásica, ya olfatea el desconcierto libertario y se prepara para canalizar ese voto bronca que alguna vez depositó su fe en la motosierra de Milei. En este escenario, los libertarios están a un paso de transformarse en los mariscales de una derrota innecesaria. Una derrota que no sería producto de la traición del pueblo, sino del extravío de sus propios dirigentes, que eligieron a sus amigos en vez de a los mejores, a los obedientes antes que a los valientes.
Sin embargo, en los últimos días, algunas usinas libertarias han comenzado a barajar alternativas más racionales: fórmulas con figuras potentes, perfiles que despierten el ímpetu original de transformación, y sobre todo, la voluntad de romper con el círculo vicioso de la política clientelar. Hay cuadros técnicos, hay militancia silenciada, hay rebeldía de base. La pregunta es: ¿se animarán a ceder espacios los que hoy ocupan cargos, para permitir un reordenamiento que salve al proyecto? ¿Primará el criterio político o la comodidad del amiguismo?
Las próximas horas serán definitorias. O nace una nueva conducción libertaria con ambición de poder real, o asistiremos al lento desangre de un experimento que prometía revolución, pero que se quedó en marketing.