La tregua postelectoral duró un suspiro. Con el dólar rozando los $1.500 y el mercado probando límites, el Gobierno acelera un Shock Fiscal 2.0: más recortes, privatizaciones en cadena, desarme de subsidios y una batería de reformas (laboral y tributaria) para “alinear precios relativos” y forzar un equilibrio a cualquier costo. El mensaje es nítido: el déficit cero es dogma y todo lo que no sea esencial para esa meta irá a la guillotina.
En la trinchera del gasto, la ciencia y la salud quedaron como blanco preferido. Trascendió la decisión de terminar de cortar los fondos a la Academia Nacional de Medicina (tras un recorte del 50% este año y el anuncio de eliminar el resto en 2026). No es un tijeretazo contable; es un señalamiento político: si no impacta en caja hoy, se poda. El problema es obvio: la poda sobre capital humano tiene efectos multiplicadores negativos —menos investigación, menos innovación, menos productividad— justo cuando Argentina necesita lo contrario.
El capítulo privatizaciones viene con lista propia: AySA, Belgrano Cargas, corredores viales, InterCargo, Nucleoeléctrica Argentina, Yacimientos Carboníferos, Hidrovía, entre otras. La narrativa oficial es “eficiencia y caja”. La letra chica será valuación, cronograma y regulaciones; si se remata sin red, el efecto puede ser pan para hoy y monopolios caros mañana. El trade-off es serio: ingreso único por venta vs. flujos futuros y calidad de servicio.
En paralelo, la reforma tributaria apunta a desdoblar el IVA (porción Nación vs. porción provincias) y recalibrar Ganancias. El objetivo técnico es ordenar la coparticipación; el político, disciplinar gobernadores en la mesa del “Consejo de Mayo”. Bien diseñado, puede dar previsibilidad. Mal diseñado, abre una guerra fiscal con alto costo de transacción para PyMEs y consumidores.
La reforma laboral promete modernización, pero el riesgo es confundir flexibilidad con precariedad. Si no se baja el impuesto al trabajo ni se abarata la formalización, solo tendremos más litigios y menos empleo estable. El empleo no “desaparece”, se reubica: salta a la informalidad, a la subcontratación o se automatiza. El diseño es todo: mochila austríaca + seguro de desempleo robusto + reducción de cargas para nuevas altas o, de lo contrario, más economía en negro.
El frente externo aprieta. Rumores de que Bessent baja la intervención cambiaria, un blue testarudo, MEP/CCL firmes y una industria que sigue achicándose (casos como SKF cerrando planta) dibujan una foto incómoda: aprecio financiero con erosión productiva. Sin un programa de crédito productivo + amortiguadores (devolución acelerada de IVA inversión, amortización acelerada, alivio patronal para exportadores), el ajuste corre el riesgo de ser recesivo y desindustrializante.
Impacto social: más tarifas, menos subsidios, menos transferencias discrecionales. La clase media deja de ser “amortiguador” y pasa a ser amortiguada. Universidades, CONICET, hospitales y cultura sienten la sierra. En el conurbano y el interior profundo, donde 9 de cada 10 familias arrastran deudas, la elasticidad política del ajuste es baja. Se sostiene mientras el dólar no se dispare y haya expectativa; sin horizonte creíble de mejora, el humor social gira.
Políticamente, el oficialismo juega a gobernar por ley marco: extraordinarias para reformas laboral/tributaria, Presupuesto 2026 y avance en cambios institucionales. Números finos en Diputados obligan a sumar “dialoguistas” a cada votación. El premio por aprobar rápido es oxígeno financiero; el castigo por fallar, más dólar, más tasa y menos tiempo.
Escenarios probables (próximos 120 días):
- Ajuste con puente: pasan laboral/tributaria y Presupuesto; el BCRA acumula algo de reservas; dólar cuasi-anclado; cae inflación núcleo, sube actividad exportadora. Costo: tensión universitaria/sanitaria y conflictividad sindical contenida.
- Ajuste sin puente: traba en el Congreso, dólar arriba de la banda, más cierre de plantas, caída del salario real; la narrativa del “dolor necesario” pierde tracción.
- Giro técnico: se corrigen excesos (ciencia/salud/educación), se prioriza empleo formal y crédito productivo, se calendarizan privatizaciones con regulaciones robustas. Menos épica, más ingeniería.
El gobierno eligió velocidad. Pero velocidad sin arquitectura choca. Si el bisturí recorta músculo y cerebro junto con la grasa, nos quedaremos con el déficit en cero y el futuro en negativo. Ajustar no es arrasar: es priorizar, medir y corregir. Si el plan no incorpora productividad, ciencia y capital humano, la victoria electoral habrá financiado un atajo caro.
Conclusión: El ajuste que viene puede ordenar las cuentas o desordenar la Nación. El resultado no lo define la épica, lo define el diseño. Menos motosierra y más plano de obra. Menos dogma y más economía política. Porque sin crecimiento inclusivo, el Excel siempre cierra… hasta que la sociedad lo abre.
