Argentina al borde: crisis global, colapso interno y el peligro de no tener alternativa

Argentina al borde: crisis global, colapso interno y el peligro de no tener alternativa

El derrumbe de los mercados internacionales, la fragilidad de Estados Unidos frente a China, la crisis institucional de la Argentina y la miseria social que se expande como una mancha venenosa forman hoy un cóctel más letal que el de 2001. Lo que se está gestando no es solo una recesión: es un vacío de poder, de rumbo y de representación. Y, peor aún, es una demolición simultánea de todas las opciones posibles.

La economía global viene de perder 6 billones de dólares en valor. Las bolsas caen, el petróleo se hunde, y Trump, el supuesto sheriff del capitalismo, se echó atrás con su guerra comercial tras haber sembrado el pánico. ¿Por qué? Porque, como siempre, cuando los mercados tiemblan, los especuladores ganan. Y cuando ellos ganan, nosotros pagamos.

En ese contexto, Argentina baila al borde del abismo con una economía que no rebota, con una inflación que no cede, y con una recesión que ya dejó de ser pronóstico para convertirse en realidad palpable: los supermercados vacíos, los jubilados sin medicamentos, los jóvenes haciendo cola por una entrevista de trabajo como si fuera un recital. Y el gobierno, en lugar de gobernar, vende reservas, se pelea con la sociedad y amenaza desde autoparlantes en las estaciones de trenes. Como en una distopía orwelliana, la voz metálica del ajuste nos dice que «trabajar es libertad», mientras millones de argentinos no pueden pagar ni el viaje para buscar trabajo.

La crisis no se detiene en lo económico. Es social, es institucional, y es profundamente política. Porque mientras Javier Milei se desploma en los índices de aprobación y pierde poder frente al FMI y los mercados, la oposición, en vez de reconstruirse como alternativa, se dedica a aniquilar a sus propios referentes. El gobernador Kicillof, elegido por el voto popular, es empujado por su propio espacio hacia el borde de la irrelevancia, con legisladores y operadores que lo atacan como si fueran enemigos internos.

No hay conducción. No hay consenso. No hay país que aguante una democracia sin alternativa. Si Milei cae (como ya están cayendo varios líderes en el mundo), ¿quién queda para gobernar? ¿Quién tiene la legitimidad, la estrategia, el respaldo y el sentido de responsabilidad histórica para conducir una salida? Hoy, nadie.

Y esa es la señal más grave de todas.

Porque si el gobierno es débil y la oposición es autodestructiva, lo que viene es el caos. Y en el caos, no gobierna nadie. O peor: gobiernan los que nunca deberían hacerlo.

La destrucción de riqueza de estos días —más de 10 veces el PBI argentino— no se queda en los gráficos de Bloomberg. Se traduce en hambre, desempleo, desesperanza. La señora que se quedó sin medicación. El jubilado que no puede pagar el colectivo. El joven que tiene tres trabajos y duerme cuatro horas. El docente que no llega a fin de mes. Esto no es una estadística: es una tragedia en tiempo real.

No hay relato que pueda taparlo. No hay ideología que lo justifique. No hay épica del sacrificio que valga cuando los que se sacrifican son siempre los mismos.

Y mientras todo esto ocurre, ¿qué hace la dirigencia política? Juega a la interna. Se disputan pedazos de un poder que ya no existe, mientras la sociedad se desangra en la calle. Nadie habla del hambre, de la falta de educación, de la caída brutal del consumo, del sistema de salud desfinanciado. Todos están demasiado ocupados en ganar la próxima batalla, como si después quedara algo por gobernar.

No estamos frente a una crisis más. Estamos ante la posibilidad concreta de un vaciamiento total del sistema político argentino, justo cuando más se necesita conducción, racionalidad y liderazgo.

A esta hora, la democracia argentina no solo está en emergencia económica. Está en emergencia moral e institucional.

Y si no lo vemos ahora, cuando la tormenta termine —si es que termina— ya no va a quedar nada que salvar.

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