La tasa de caución, ese nuevo termómetro del vértigo financiero argentino, acaba de marcar un punto sin retorno: 80% de tasa para sobrevivir en un mercado donde nadie cree que se pague el mañana. Ni Venezuela alcanzó ese disparate. Es la tasa de un país en estado de pre-default, que simula estabilidad a fuerza de pastillas cada vez más letales. Y lo peor es que no estamos hablando del futuro: ya estamos cayendo.
Mientras la tasa se estaciona en un delirante 40%, el Banco Central –bajo el mando de un gobierno que se dice libertario pero opera con el desespero de un interventor soviético– salió a quemar reservas en el mercado de dólar futuro para bajar artificialmente la cotización y sostener el famoso «carry trade», ese juego de apuestas que hace ricos a los fondos y pobres a los pueblos. Un juego que necesita paz cambiaria, aunque el costo sea el colapso de la economía real. ¿A cambio de qué? De una ilusión óptica: mostrar éxito con el dólar congelado mientras la nación se derrite por dentro.
Ya no es una advertencia, es un dato: la actividad económica se desploma. El NOA está en rojo furioso. Los comercios cierran antes de la siesta. Los tambos de Salta, los cañaverales de Ledesma, los viñedos de Cafayate, los tabacaleros de Perico, los artesanos de Humahuaca: todos están de rodillas. La maquinaria productiva regional no encuentra aire ni crédito. Porque cuando el costo financiero se acerca al 80%, la única economía que respira es la especulativa. ¿Quién va a invertir? ¿Quién va a producir?
Y como si fuera poco, sobre este castillo de pólvora el embajador de Estados Unidos, Marc Stanley, amenaza públicamente con expulsar al capital chino, cuestiona acuerdos soberanos y pretende dictar los términos de nuestra política exterior y comercial. ¿Qué respuesta hubo del gobierno? Silencio. Sumisión. El Norte argentino, eje de la inversión china en litio, energía solar, infraestructura y agroindustria, ya siente el sacudón del ultimátum yanqui. Se pararon proyectos, se enfrió la demanda y crece el miedo entre los empresarios locales que apostaron a la alianza con Beijing. ¿Esto es soberanía?
La pregunta que ya nadie puede evitar es: ¿hasta cuándo? ¿Dónde está el fondo de esta caída? El modelo Milei se sostenía en tres patas: dólar planchado, déficit cero y paz social. Hoy ya tambalean las tres. El dólar amenaza con dispararse, el déficit fiscal se sostiene a fuerza de cortar remedios y obras públicas, y la paz social es una bomba de tiempo en cada provincia. Si el Gobierno sigue ofreciendo 80% de tasa a los bancos mientras recorta hasta el suero en los hospitales, el crash es cuestión de semanas.
Lo que se viene es una implosión: de las pymes, de las economías regionales, del empleo y del tejido social. Y lo advertimos desde acá, desde el Norte Grande, donde no nos sobra nada, pero sabemos leer los signos del abismo. Porque cuando el gobierno ajusta para sostener a los fondos, destruye a los pueblos. Y cuando encima permite que un embajador extranjero condicione nuestras inversiones, renuncia a ser Nación.
No es una crisis: es un experimento suicida. Solo una reacción federal, política y social puede frenar esta masacre silenciosa. No alcanza con que Milei pierda en las encuestas: hay que construir una alternativa de poder antes de que no quede país que gobernar.