Este lunes, la economía argentina podría amanecer bajo un nuevo esquema cambiario. Aunque el Gobierno aún no oficializó las medidas, las señales son elocuentes: declaraciones del viceministro Santiago Bausili, tensiones internas entre los técnicos de Caputo y los halcones liberales como Federico Sturzenegger, y una realidad que arde por abajo. Los precios ya subieron “por las dudas”, la inflación volvió a acelerarse, y los salarios, como desde hace años, permanecen cautivos, en retroceso.
Una vez más, la economía argentina anticipa las crisis antes que los anuncios. Los supermercados, los combustibles, los comercios de barrio —todos— reajustaron valores ante el temor de una devaluación encubierta, o bien una unificación cambiaria parcial que licúe el poder adquisitivo aún más. Caputo, en una reciente entrevista, reconoció sin filtros que “el actual sistema cambiario no es consistente ni sostenible”. Su honestidad técnica vino acompañada de una alarma: el desarme de regulaciones será inevitable, la única duda es si será ordenado o terminal.
Pero la economía no es lo único que se juega en mayo. También se juega la consolidación política del experimento libertario. Este mes, seis provincias tendrán elecciones adelantadas. Si La Libertad Avanza obtiene buenos resultados, se consolidará un “clima político favorable” para enfrentar la madre de todas las batallas: la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires. Allí se definirá si el proyecto de Javier Milei avanza hacia una institucionalización más profunda o queda atrapado en los límites de su propio discurso.
La pregunta que desvela a muchos es: ¿le alcanzarán los números para avanzar con el “desmontaje del Estado”? Si logra algunos escaños más en el Senado —donde hoy prácticamente no tiene representación— y refuerza su base en Diputados, podría destrabar parte del freno legislativo que ha enfrentado. Sin embargo, el corazón del plan libertario no pasa sólo por las leyes: la verdadera batalla está en la instalación cultural. Y allí, el gobierno ya ha ganado terreno: cada vez son más los sectores medios que repiten términos como “casta”, “privilegios”, “burocracia inútil” y “libertad de mercado” sin cuestionarlos, aun cuando son los más afectados por los ajustes.
Si el oficialismo logra pasar mayo con viento a favor, la desregulación será la palabra clave de la segunda mitad del año. El DNU 70/2023 aún no fue rechazado completamente, y gran parte de su contenido sigue operando de facto. Las estructuras normativas están siendo vaciadas mientras se debaten en tribunales y despachos legislativos. En paralelo, se recorta personal, se vacían programas, y se concentra poder en una figura presidencial cada vez más beligerante.
El otro interrogante es institucional: ¿se correrá Argentina aún más a la derecha en términos políticos y de gobierno? Todo indica que sí. La lógica de “menos Estado, más mercado” se impone no por su éxito, sino por el miedo y la impotencia de una oposición desarticulada y un sindicalismo que, salvo excepciones, actúa más como amortiguador que como dique.
La economía se encamina a una reconfiguración dura. El peso podría perder aún más poder real, el tipo de cambio podría unificarse, y los salarios —ya muy deprimidos— serían las primeras víctimas del reacomodamiento. Pero lo más grave podría ser cultural: el acostumbramiento a vivir en emergencia permanente, sin horizonte, sin certezas, sin derechos adquiridos.
En ese sentido, la disputa no es solo política o económica. Es una lucha por el alma del país. Por ahora, las señales son claras: el capital está siendo liberado, pero el pueblo, atrapado.