Perico Noticias Internacionales // El ruido de las bombas en Gaza, el desgaste interminable en Ucrania y la presión militar sobre Venezuela marcan el pulso de la geopolítica global. Pero lejos de los mapas de guerra, Argentina juega otra partida igual de peligrosa: la de la deuda, el dólar y la subordinación financiera.
El gobierno de Javier Milei llegó prometiendo “libertad” y ruptura con la casta. Un año después, el cuadro es otro: el país es el mayor deudor del FMI, acaba de firmar un nuevo programa por 20.000 millones de dólares, y depende políticamente del aval de Washington para que ese acuerdo no se caiga y el default vuelva a la tapa de los diarios.
Del salvataje de 20.000 millones al “parche” de 5.000
La secuencia es clara. Ante la corrida cambiaria de septiembre, el secretario del Tesoro de EEUU, Scott Bessent, anunció que estaba lista una línea de swap por 20.000 millones de dólares para sostener al gobierno argentino. El solo anuncio frenó la crisis… pero la letra chica llegó después: los grandes bancos privados de EEUU terminaron desarmando esa idea de “salvataje histórico” y redujeron el esquema a unos 5.000 millones, en condiciones mucho menos generosas.
Traducido: Argentina fue útil para calmar los mercados en un momento de pánico, pero cuando hubo que poner plata de verdad, Wall Street se achicó. No porque nos odien, sino porque los números no cierran. El riesgo país sigue alto, la economía no crece y la capacidad de repago es dudosa. Lo dicen sus propios informes: las entradas netas de capital cayeron más de 50% y el país registra déficit en la cuenta financiera.
Aun así, Caputo salió a vender el regreso al “mercado de capitales” como si fuera un triunfo épico. En los hechos, lo que hizo fue endeudarse en el mercado local a tasas muy superiores a las del FMI, porque afuera Argentina es una morosa profesional: nadie presta barato a quien ya defaulteó varias veces en dos décadas.
Programa sin ancla social, ni siquiera “ortodoxo”
Lo más inquietante es que el plan Milei-Caputo ni siquiera se ajusta al manual clásico del FMI. El Fondo suele exigir ajuste, sí, pero también cierta consistencia macro: equilibrio fiscal, acumulación de reservas y una estrategia mínima de crecimiento. Hoy no pasa nada de eso.
Argentina tiene un ajuste feroz sobre salarios, jubilaciones y obra pública, pero no logra recomponer reservas ni frenar la salida de dólares. La liberalización de importaciones vació de protección a la industria local; las ventas de bienes de consumo importados baten récords mientras cierran fábricas y talleres en el interior.
La inflación no baja al ritmo prometido, las tasas reales siguen por las nubes y el consumo se desploma. Los bancos ganan con la bicicleta financiera; los trabajadores pierden salario real y empleo; las pymes sobreviven a crédito usurario o directamente bajan la persiana.
Eso no es “liberalismo clásico”. Es un experimento de laboratorio donde el ajuste se concentra en la base de la pirámide mientras se transfieren ingresos hacia el sector financiero y a grandes importadores. El gobierno interviene fuerte en el tipo de cambio, restringe la compra de dólares de las empresas que quieren girar utilidades y negocia a puertas cerradas con el Tesoro norteamericano. Paradójicamente, Milei terminó pareciéndose a lo que decía odiar: mucho más “estatista” y controlista en lo cambiario, pero sin el componente de protección social que tuvieron otros gobiernos de corte intervencionista.
“Las élites de EEUU no van a soltar la presa”
La frase resume el cuadro: Argentina es demasiado estratégica para que Estados Unidos la deje caer del todo, pero también demasiado inestable como para liberarla del collar de la deuda. El país es clave por su posición geográfica, su potencial energético (Vaca Muerta), sus recursos críticos (litio) y su área de influencia en el Atlántico Sur.
En ese esquema, la prioridad de Washington no es el bienestar del pueblo argentino, sino evitar que China se consolide como socio dominante en energía, infraestructura y tecnología. El apoyo político a Milei –y antes a Macri– hay que leerlo en esa clave. El premio para la Casa Blanca es mantener a la Argentina dentro de su órbita; el costo lo paga la sociedad argentina con más deuda, más ajuste y menos soberanía económica.
Fase terminal del plan y sociedad en riesgo
Frente a este cuadro, el programa Milei-Caputo entra en zona de definición. Sin acceso pleno a los mercados internacionales, con un FMI que ya prestó demasiado y con un sistema financiero local exprimido, las fuentes de financiamiento son cada vez más escasas. El margen para seguir aplicando ajuste sin estallido social también se acota: la pobreza crece, el empleo formal cae y las provincias ven recortadas sus transferencias mientras les exigen “ordenar las cuentas”.
En el Norte argentino eso se traduce en hospitales sin insumos, obras paralizadas, municipios endeudados y juventudes que ven el futuro en otra parte. El modelo no ofrece horizonte de desarrollo productivo ni integración tecnológica, solo recortes y más dependencia.
Un programa económico sin sensibilidad social y sin estrategia de crecimiento no es un plan: es una administración de la decadencia. Y un electorado que decide renovarle la confianza sin exigir cambios mínimos corre el riesgo de convertirse en cómplice involuntario de su propio deterioro.
¿Y ahora qué?
La conclusión es brutal pero necesaria: Argentina no saldrá de esta trampa si sigue pensando la política económica como un trámite contable entre el Palacio de Hacienda y los despachos de Washington. La discusión central ya no es “si paga o no paga” la deuda, sino para qué modelo de país se pagan esos intereses.
Mientras no exista un proyecto que combine equilibrio fiscal con industria, exportaciones con valor agregado y un piso de justicia social que proteja a los que trabajan, cualquier gobierno será rehén de las mismas élites financieras que hoy “nos tienen por el cuello”. Cambiar los nombres de los ministros o el color de la bandera partidaria no alcanza.
El desafío –para la dirigencia, para las provincias y para la sociedad– es romper la lógica de la soga al cuello: construir un programa propio, productivo y federal que discuta de igual a igual con el mundo, en vez de agachar la cabeza esperando el próximo salvataje.
Hasta que eso no ocurra, el título es uno solo: Argentina, país estratégico… pero sin estrategia propia.
