Perico Noticias // Hay victorias políticas que se celebran como si fueran el fin de la historia. Y hay leyes que, en realidad, son el inicio de una época. El Presupuesto 2026 pertenece a la segunda categoría: no es un número, es una doctrina.
El oficialismo logró lo que no pudo durante dos años: que el Congreso apruebe un presupuesto propio. Se terminó la administración por prórrogas y parches. Y eso, para el mundo financiero, vale oro: Argentina volvió a parecer un país gobernable.
Pero en la Argentina real —la de la persiana, la changa, el aula y el hospital— la gobernabilidad no se mide por aplausos en un recinto, sino por una pregunta simple: ¿la gente va a vivir mejor o va a sobrevivir más ordenadamente?
La señal a los mercados: “cumplimos”
La pieza central del relato es conocida: el presupuesto proyecta crecimiento del 5%, inflación del 10,1% y un superávit primario del 1,2% del PBI.
El mensaje es claro: disciplina fiscal como religión. Para el inversor, eso significa que el Estado se compromete a no desbordarse.
Y esa “normalidad” legislativa es, efectivamente, una noticia. Una Argentina que aprueba presupuesto vuelve a ser “legible” para quienes ponen plata.
El problema es que la legibilidad financiera no es sinónimo de justicia social, ni garantía de desarrollo soberano.
El precio oculto: si el futuro no está protegido, el presupuesto es una hipoteca
En la cocina del Presupuesto 2026 hay un detalle que enciende alarmas: la discusión sobre quitar pisos o metas legales de financiamiento en áreas estratégicas como educación y ciencia.
Esto no es un debate técnico: es una definición histórica. Los pisos existen porque el Estado argentino —con todas sus miserias— entendió en algún momento que la educación y la ciencia no se sostienen con “buena voluntad”: se sostienen con prioridad presupuestaria.
Si se quitan esas metas, el país gana flexibilidad fiscal… pero pierde blindaje de futuro.
Y cuando el futuro queda “flexible”, lo que suele ocurrir es simple: se recorta ahí donde no grita hoy, pero duele mañana.
El interior paga primero: el ajuste viaja en camión
Desde el NOA lo vemos con claridad: el ajuste nunca aterriza suave. Aterriza como piedra.
Porque cuando la Nación se ajusta, la provincia se vuelve administradora de escasez; y cuando la provincia se ajusta, el municipio queda con el mostrador vacío.
El presupuesto ordena la macro, pero la micro del interior es otra cosa: rutas, salud, escuelas, obra pública, asistencia social, programas que sostienen comunidades enteras. En el Excel pueden ser “partidas”. En Perico, en Jujuy, en el NOA, son vida cotidiana.
El riesgo político: un Estado “eficiente” sin ética es una máquina fría
Acá aparece el punto más delicado, el que nadie puede tercerizar: la base moral.
Es posible —y quizás inevitable— que el Estado argentino tenga que transformarse. Que sea más ágil, menos corrupto, menos elefante. Hasta ahí, acuerdo.
Pero si esa transformación se hace sin ética pública, sin reglas claras, sin verdad y sin empatía social, entonces no es modernización: es deshumanización con indicadores.
Porque “achicar” puede ser cirugía o puede ser carnicería.
La diferencia no la define un gráfico: la define una moral de gobierno.
Y hoy esa moral está en disputa. No alcanza con decir “déficit cero” si al mismo tiempo el país naturaliza:
- el desprecio por el que queda afuera,
- la pedagogía del castigo,
- y la idea de que el éxito es que “cierren los números”, aunque se rompa el tejido social.
2026 será el año de la verdad
El Presupuesto 2026 promete baja de inflación, crecimiento y orden.
Pero la política argentina ya vio esta película: cuando el orden se compra con recortes al desarrollo, el país se vuelve “confiable” para el capital… hasta que deja de ser viable para su propia gente.
Si el 10,1% de inflación proyectado no se cumple, si la actividad no derrama, si el consumo no vuelve, el relato se agrieta por donde siempre: en la mesa y en el empleo. Y ahí no hay discurso que aguante.
Esperanza: la transformación puede ser buena, si se hace con ética y con patria
Dejemos una puerta abierta, porque la Argentina también sabe parirse de nuevo cuando toca fondo.
Sí: es posible ordenar el Estado. Es posible recortar lo inútil y dejar de financiar privilegios. Es posible terminar con la casta real —la de los contratos opacos, los amigos del poder, los monopolios disfrazados, los curros de guante blanco.
Pero hay una condición: la transformación debe estar sostenida por una ética.
Ética de transparencia.
Ética de cuidado.
Ética de verdad.
Ética de futuro.
Sin esa base, el Presupuesto 2026 no será una ley de progreso: será una ley de obediencia fiscal que convierte el desarrollo en un lujo y la educación en una variable de ajuste.
Argentina puede volverse confiable.
La pregunta es si quiere volverse confiable para vivir, o confiable para pagar.
