¿Podemos salir del laberinto o estamos condenados al estancamiento?
Argentina fue en el siglo XIX la «China de su tiempo», un país que en apenas tres décadas pasó de tener un PIB per cápita 1,5 veces mayor al promedio mundial a triplicarlo. Hoy, ese mismo indicador nos muestra que hemos retrocedido hasta el nivel global. ¿Cómo pasamos de ser una potencia emergente a una nación en decadencia crónica? Ricardo Arriazu, uno de los economistas más respetados del país, lo explica con crudeza: la clave del crecimiento fue una estructura basada en la propiedad privada, la estabilidad jurídica, la independencia judicial y la apertura económica. La decadencia, en cambio, nació con las regulaciones, el cierre de la economía y, sobre todo, la inflación.
La inflación, según Arriazu, es la estafa estructural del Estado. “El gobierno pide prestado recursos reales y devuelve menos de lo que tomó”, sostiene. Es un mecanismo de destrucción del tejido social: cuando la gente pierde confianza en la moneda, busca refugio en el dólar. Luego, el Estado impone el cepo, lo que lleva a un dilema moral: cumplir la ley o rechazar una imposición ilegítima. Ese mismo esquema se repite con los impuestos que financian corrupción o gastos improductivos: la evasión se convierte en un acto de supervivencia. Así, el deterioro económico no solo genera pobreza, sino que también erosiona los valores fundamentales de la sociedad.
La solución para Arriazu es simple en teoría, pero políticamente desafiante: estabilizar las dos unidades de cuenta (peso y dólar) y eliminar el déficit fiscal. En su análisis, la inflación es un problema monetario, pero en Argentina es aún más complejo por la coexistencia de dos monedas. Para estabilizar el peso hay que dejar de emitir, y para estabilizar el dólar hay que intervenir con reservas, algo imposible si el Estado sigue gastando más de lo que ingresa.
El déficit fiscal es la madre de todos los problemas. A lo largo de la historia reciente, cada vez que Argentina intentó frenarlo, lo hizo de manera inconsistente. Arriazu recuerda que en los 90 se logró estabilidad reduciendo el gasto, pero cuando este volvió a aumentar, todo se desmoronó. La situación actual es similar: si el ajuste no es sostenido, la inflación volverá a dispararse. Y el problema no termina ahí: también hay que desindexar la economía. En Argentina, todo el mundo dice que su precio relativo está atrasado, pero cuando se suman todas esas “correcciones”, la cifra es mayor al PIB total, una imposibilidad matemática que alimenta la “calecita de precios relativos”: devaluaciones que generan nuevos aumentos de tarifas, salarios y costos empresariales, volviendo a empezar el ciclo inflacionario.
Otro punto crítico es la inversión. El país tiene una economía con gran capacidad ociosa, pero sin crédito es difícil reactivarla. “Si la inflación es del 50%, las cuotas de un crédito hipotecario iniciales serían impagables”, advierte Arriazu. Sin estabilidad, no hay financiamiento; sin financiamiento, no hay crecimiento. Y sin crecimiento, la pobreza seguirá aumentando.
Para Arriazu, Argentina puede volver a crecer al 5,5% anual si hace lo correcto. Energía, minería, agroindustria y economía del conocimiento son los sectores con mayor potencial. Pero el país tiene un problema crónico: la política siempre encuentra una manera de trabar el desarrollo. “Somos el país de las oportunidades perdidas, los tontos sin sentido común”, sentencia el economista. Ejemplos sobran: desde los impuestos locales que encarecen la producción hasta la falta de infraestructura que impide exportar competitivamente.
¿Hay margen para el optimismo? Arriazu cree que sí, aunque con una probabilidad de éxito del 30%, porque las reformas que se necesitan enfrentarán una resistencia feroz. El gran interrogante es si el gobierno actual tendrá la fortaleza para sostener el rumbo sin ceder a presiones internas y externas. Mientras tanto, el mundo avanza y Argentina sigue debatiéndose entre su pasado de gloria y un futuro incierto.