Otra vez Argentina, otra vez el Fondo Monetario Internacional. El mismo guión de siempre, con actores reciclados, discursos solemnes y cifras que marean: Luis Caputo y Kristalina Georgieva confirman la conversación sobre un nuevo programa de asistencia por 20.000 millones de dólares. Pero lejos de ser un aplauso, la noticia retumba como un eco desgastado: ¿sirve? ¿frenará la devaluación? ¿alguien cree realmente que esto cambia algo?
El paquete será escalonado, lo que en la jerga financiera significa “condicionado, monitoreado y dosificado a cuenta gotas”, como quien le da oxígeno a un paciente que ya no respira por sí mismo. Porque Argentina, el país más endeudado del mundo en relación a su capacidad de repago, no solo ha fracasado en estabilizarse: ha convertido la deuda en su única política de Estado.
Los mercados no aplaudieron. El dólar no bajó. El riesgo país no cedió. El Banco Central quemó casi 500 millones en un solo día para contener la corrida. ¿Dónde está la confianza? ¿Dónde está la estabilidad prometida? El impacto en precios ya sucedió. La inflación no espera a que los fondos lleguen: destruye el poder adquisitivo hoy. Y lo que el presidente Milei y el ministro Caputo aún no explican es cómo un nuevo préstamo evitará lo inevitable: el colapso de la demanda interna, el estallido del tejido social, la profundización de la recesión.
El pueblo argentino ya pagó el precio de este experimento libertario: tarifazos, recortes brutales, salarios pulverizados, y una promesa de “inflación en 1%” que jamás llegó. Ahora, con una nueva montaña de deuda, el gobierno espera sostener el relato de la estabilidad con la billetera prestada. Pero no hay crédito que recomponga la legitimidad política ni que devuelva la confianza perdida.
Argentina no es un país pobre: es un país desorganizado, improductivo, y gobernado —otra vez— por técnicos sin pueblo y un presidente sin programa. A cambio de 20.000 millones, entregará más soberanía, más ajuste, más obediencia fiscal, sin resolver ni una sola de las causas estructurales de su decadencia.
¿Habrá estabilidad alguna vez? Solo cuando el país deje de endeudarse para cubrir sus propias mentiras. Mientras tanto, la esperanza se cotiza más cara que el dólar blue.