«Argentina en rojo: ¿estamos quebrando en dólares y nadie lo dice?»

«Argentina en rojo: ¿estamos quebrando en dólares y nadie lo dice?»

La fiebre del déficit: vivir por encima de nuestras posibilidades

La discusión sobre el déficit externo en Argentina no es técnica: es existencial. Los números son demoledores y, a pesar del rebote exportador por una cosecha generosa, la economía está gastando más dólares de los que genera. El rojo en la balanza de pagos no es una cifra fría: es el espejo brutal de un país que desea un nivel de vida que su estructura productiva no sostiene. Entre viajes al exterior, importaciones crecientes y una industria dependiente de insumos importados, el desequilibrio se agrava. La pregunta que flota es dramática: ¿cómo seguimos en pie sin dólares?


Dólares adelantados, futuro hipotecado

En el primer semestre de 2025, las cerealeras liquidaron casi 4700 millones de dólares más que el año pasado. No fue magia: el gobierno bajó retenciones y pidió a gritos adelantar liquidaciones para calmar el mercado. Pero no hay almuerzos gratis: esos dólares que hoy oxigenan, no estarán mañana. La cosecha no se puede repetir, ya fue. Agosto se vislumbra como un desierto: no hay más liquidez del agro, y el turismo emisivo sigue drenando divisas como si el país estuviera floreciente.


¿Quién financia el déficit argentino?

Durante meses, la fiesta se sostuvo con blanqueo y entrada de dólares del colchón. Fue una ilusión: no hubo creación genuina de divisas, sino una inyección excepcional e irrepetible. Los agentes financieros internacionales miran con recelo: Argentina quiere jugar en la liga del dólar flotante, pero sin reservas reales y sin credibilidad. Los 12.000 millones de dólares de déficit en la cuenta corriente cambiaria no son sustentables sin un financiamiento estructural que hoy no existe. Vivimos con lo prestado, y el crédito se agota.

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El relato del superávit fiscal no alcanza

Mientras el gobierno festeja el ajuste fiscal y la baja de la inflación, el frente externo arde. No hay dólares en el Banco Central, no se acumulan reservas y, peor aún, el Tesoro empezó a comprar divisas sin timing ni estrategia clara. En plena temporada alta de liquidación, apenas se compraron 200 millones. La señal es contradictoria: se prioriza la paz cambiaria para llegar a las elecciones con “dólar planchado”, pero sin reservas no hay sustento para estabilizar a largo plazo. La desinflación se está logrando a costa de licuar la competitividad externa.


La trampa del tipo de cambio bajo

El gobierno decidió sostener un tipo de cambio artificialmente bajo como ancla antiinflacionaria. El resultado: más importaciones, menos incentivos a exportar y un desplome del turismo receptivo. Es un tipo de cambio cómodo para las clases medias altas que viajan, pero ruinoso para el aparato productivo nacional. En vez de pensar en un modelo de desarrollo con agregación de valor, Argentina subsidia al consumo importado con dólares que no tiene. ¿Es sostenible? Rotundamente no.


El sinceramiento que viene: agosto será la hora de la verdad

Todo indica que, una vez superado julio, el mercado cambiario quedará sin oferta genuina. Las señales ya están: vuelven las retenciones a la soja, se enfría el agro, el turismo sigue volando y el blanqueo se agotó. El test clave será agosto, con elecciones en la mira y sin flujo fresco de dólares. La política se juega su futuro en este escenario: si el dólar flota, puede saltar; si no flota, se seca el mercado. Cualquiera de las dos opciones tiene costos.


¿Hay salida?

Sí, pero no en esta lógica. La única vía sostenible es un plan integral de desarrollo exportador, con acuerdos productivos reales, incentivos a la inversión y reconstrucción del crédito. Sin un esquema que estimule la generación estructural de divisas, todo será parche, como ahora. El déficit de cuenta corriente puede financiarse, pero solo si el país inspira confianza, algo que hoy no ocurre. La tentación electoral de pan para hoy y default para mañana es altísima. Pero la realidad económica no perdona.

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