Desde el centro mismo de la conversación entre Roberto García y Carlos Melconian, surge una fotografía cruda y realista de la economía argentina actual: el país transita una cuerda floja, sostenido más por una apuesta política internacional —particularmente del Fondo Monetario Internacional (FMI)— que por logros económicos estructurales sólidos.
1. El respaldo político del FMI:
Kristalina Georgieva, titular del FMI, no disimuló su posicionamiento al alentar públicamente a los argentinos a «mantener el rumbo» (Stay the course), en clara referencia a apoyar a Javier Milei. La imagen del pin de la motosierra (obsequiado por Federico Sturzenegger) como emblema de ajuste y desregulación no fue accidental: revela que el préstamo no es solo financiero, es político. El FMI apuesta a Milei como garante del cambio, aun cuando Argentina históricamente ha incumplido programas previos.
2. Un desembolso inusual y riesgos ocultos:
Melconian subraya que el Fondo anticipó el 60% del programa de cuatro años en un solo pago, algo «raro», dado el pésimo historial argentino. Esta inyección masiva de recursos implica una apuesta desesperada del FMI: o Milei logra encarrilar el país, o el organismo perderá credibilidad regional. El riesgo es evidente: si el proceso falla, el derrumbe será monumental y globalmente embarazoso.
3. Sostenibilidad del programa: luces y sombras:
Aunque destaca la recuperación del superávit fiscal como una hazaña —tras años de déficits crónicos—, Melconian advierte que no es suficiente. Sin una verdadera reforma estructural —laboral, impositiva y previsional—, Argentina seguirá atrapada en un sistema que no genera competitividad ni crecimiento sostenible.
El programa actual carece de reservas suficientes y sufre presiones cambiarias latentes. La «licuadora» que redujo el gasto y la inflación no puede perpetuarse sin nuevas políticas activas. El «volantazo» es real, pero la expectativa de resultados inmediatos es un error de diagnóstico político y social.
4. El tiempo juega en contra:
Melconian pone en perspectiva el desafío: llevar la inflación a un dígito llevará al menos 10 a 20 años, como muestra la experiencia internacional (Chile, Uruguay). El voluntarismo político, la comunicación épica y los símbolos como la motosierra no reemplazarán a una paciente construcción institucional.
La Argentina que respalda hoy el FMI es un proyecto en el aire: audaz en su relato, pero frágil en sus bases materiales. El país avanza en un experimento riesgoso donde el éxito depende no solo de la disciplina fiscal, sino de una transformación institucional, económica y cultural de largo plazo, para la cual no hay garantías y sobra incertidumbre.
En palabras simples: sin reformas profundas, el espejismo de estabilidad puede desvanecerse tan rápido como llegó.
La motosierra no alcanza: hace falta reconstruir un país entero.