La política argentina vive horas de vértigo. La versión de que Milei negocia con Trump el ingreso de bases militares estadounidenses en el país no es una noticia menor, sino un golpe simbólico y político de consecuencias impredecibles. En nombre de la “estabilización” financiera y el supuesto respaldo al gobierno, lo que se estaría cocinando en silencio es una claudicación histórica de soberanía.
La paradoja es brutal: un presidente que gritó a los cuatro vientos la consigna de “la libertad” estaría abriendo la puerta a la presencia militar de una potencia extranjera. En los hechos, la bandera de la soberanía flameada durante la campaña queda hecha jirones frente al pragmatismo de un Milei debilitado, que necesita desesperadamente oxígeno financiero y político. La “libertad” que se vendió como principio rector se transforma en el caballo de Troya para la entrega.
El supuesto apoyo de Trump no llega en forma de dinero fresco, sino en gestos de tutela: el mensaje de Scott Bessen desde el Tesoro y los encuentros en Manhattan no hablan de confianza en la Argentina, sino de la urgencia de Estados Unidos por tener un pie en el corazón de Sudamérica. Y lo más preocupante: con Milei como garante, no del pueblo argentino, sino de los intereses estratégicos de Washington.
¿Estamos ante un rescate financiero o ante una intervención disfrazada? Las bases militares, de confirmarse, no serían un símbolo de apoyo sino una señal de desconfianza: EE.UU. no confía en Milei ni en la Argentina, por eso busca instalar soldados donde antes había promesas de inversiones. Y lo que para un sector del electorado libertario parecía “romper con los privilegios de la casta”, hoy se convierte en el mayor de los privilegios para el extranjero: controlar territorio nacional.
La contradicción es feroz: quienes votaron contra “los Kuka” y contra la “entrega del kirchnerismo” por vínculos con China, hoy se enfrentan al espejo de una entrega aún más profunda. No se trata de inversiones, ni de préstamos, ni de swaps: se trata de soberanía. Y la soberanía no admite doble discurso. Si Estados Unidos instala bases en Argentina, el relato de Milei se desmorona como castillo de naipes, porque la libertad —esa que se prometió como bandera— se fue al carajo.