Una nación en shock: el nuevo régimen libertario y la vieja política conservadora chocan sin ofrecer salida
Argentina atraviesa un colapso político y económico de magnitudes inéditas. A pesar de sus múltiples crisis históricas —la híper del ’89, el default del 2001, el descalabro cambiario de 2018— ninguna se parece del todo a este momento. Porque ahora lo que está en juego es algo más que una variable económica o un ciclo político: está en disputa el régimen mismo que organizaba la vida argentina desde hace décadas. La puja entre el modelo libertario de Javier Milei y una oposición que se rehúsa a ser alternativa real, ha desembocado en un territorio inestable, con reglas en mutación, instituciones debilitadas y un pueblo a la intemperie.
El “modelo Milei”: velocidad, decreto y desmonte sin estrategia de reconstrucción
La eliminación de Vialidad Nacional —ahora sustituida por una “Agencia de Control de Concesiones y Servicios Públicos de Transporte”— es apenas el último capítulo de un plan de reconversión radical del Estado. Desde la quita de retenciones, el achicamiento brutal del gasto público, la licuación del ingreso y ahora el avance privatizador sobre la infraestructura vial, el gobierno actúa con una urgencia marcada por la caducidad del DNU que le otorgó superpoderes. Pero más allá de la retórica de “libertad o esclavitud”, el modelo muestra enormes inconsistencias.
Porque no hay inversión privada que reemplace, en el corto plazo, el vacío que deja un Estado que abandona sus funciones sin plan de transición. Porque no hay milagro fiscal posible cuando las provincias están al borde del quebranto y los municipios paralizados. Y porque no se construye una economía competitiva dinamitando la industria nacional sin crear previamente otra estructura productiva. La destrucción de instituciones no es sinónimo de modernización, sobre todo si no se reemplazan con herramientas mejores.
La oposición y el espejismo del regreso: resistencia sin proyecto
Del otro lado, la política tradicional —esa que gobernó con el peronismo, el radicalismo o el macrismo— ofrece más obstáculo que alternativa. Su resistencia a las reformas parece más una defensa de privilegios partidarios que un modelo de país para el siglo XXI. Se oponen, pero no explican cómo resolverían la inflación estructural, el déficit fiscal eterno, el atraso productivo o la informalidad del 50% de la economía. El resultado es que la crítica al gobierno de Milei se vuelve moralista pero inoperante. Gritan “no al ajuste” pero no presentan ni un boceto de nuevo contrato social.
La desconexión entre las élites políticas y la sociedad civil sigue siendo alarmante. Porque mientras el pueblo sufre la caída libre de su poder adquisitivo y los territorios se desangran, el debate en el Congreso o en las asambleas opositoras parece no salir del microclima porteño.
Municipios sin brújula y provincias asfixiadas: el vacío en el federalismo
El modelo libertario deja a las provincias sin obra pública, sin coparticipación reforzada, sin incentivos productivos. Jujuy, por ejemplo, está atrapada entre un Estado nacional que retira todos sus apoyos y una dirigencia local que no se anima a diseñar estrategias propias. Las intendencias, a su vez, se ven forzadas a ser actores principales de una película para la que no fueron convocadas. Están obligadas a reinventarse con creatividad, tecnología e innovación, pero la mayoría aún piensa en clave de expediente, ordenanza y acto protocolar. Mientras tanto, la vida en los barrios empeora.
Una inestabilidad sin precedentes y sin mapa
Lo más inquietante de esta etapa es que nadie —ni el gobierno, ni la oposición, ni los actores económicos— parece tener un mapa. La aceleración de decisiones desde Balcarce 50 impide el análisis y la participación. La disolución de Vialidad, como antes fueron otros entes estratégicos, se hace sin consultar a las provincias, a los gremios, a los usuarios. Y la resistencia política se limita a frenar, sin ofrecer una hoja de ruta para reconstruir el país desde sus raíces.
Refundar o colapsar
Argentina necesita, con urgencia, una nueva institucionalidad. Ni el Estado planificador del siglo XX, ni el anarco-capitalismo improvisado sirven como modelos sostenibles. La polarización actual —entre la demolición acelerada de Milei y la nostalgia conservadora de la oposición— sólo genera parálisis. Es momento de una tercera vía: un proyecto con desarrollo territorial, innovación productiva, inclusión real, justicia fiscal y soberanía tecnológica.
Pero para eso, hay que dejar de jugar al péndulo y empezar a pensar en el siglo XXI de verdad. Y eso no se hace con eslóganes ni con privilegios. Se hace con una dirigencia capaz de mirar más allá de sus trincheras.