En Argentina, el pueblo ya no elige: se esfuma. Se borra. Se evapora. Lo sucedido en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires este 19 de mayo no es una excepción, es el síntoma más estridente de una enfermedad que se expande sin freno: el ausentismo electoral masivo. Con casi el 47% del padrón sin presentarse a votar, la capital del país pulverizó su propia marca histórica y confirma un patrón ya registrado este año en Santa Fe, San Luis, Salta, Jujuy, Chaco y ahora CABA.
La democracia representativa en Argentina está en coma político-inducido. Y nadie parece tener el desfibrilador a mano.
La estadística de la desafección
¿Quién ganó las elecciones en CABA? Técnicamente, Manuel Adorni. Políticamente, la indiferencia. El “partido del No Voto” duplicó al segundo, derrotó al primero y deslegitimó a todos. Ni siquiera las herramientas clásicas del clientelismo, las estructuras partidarias o los aparatos de propaganda pudieron activar a la mitad del electorado. ¿Qué pasa cuando las urnas dejan de ser canal de participación y se vuelven sarcófagos cívicos?
La respuesta está a la vista: descomposición democrática. La democracia sin votos es apenas un decorado institucional con aroma a república de cartón.
¿Quién manda cuando nadie vota?
Cuando el voto pierde su fuerza simbólica y práctica, el poder muta. Se traslada. Se vuelve invisible. Ya no reside en las instituciones, ni en los partidos, ni en los programas. Pasa al terreno difuso del algoritmo, del capital financiero, del orden represivo y del caos controlado. En ese intersticio avanzan sin obstáculos dos fuerzas aparentemente opuestas, pero profundamente complementarias:
- La anomia popular: ese estado de “ni fu ni fa”, donde la política no importa, no llega, no transforma. Una sociedad que deja de esperar porque ya no cree. Sin ciudadanía activa, sin comunidad organizada, sin esperanza en los mecanismos de cambio.
- La victoria pírrica: candidatos que ganan sin masa crítica, sin mandato, sin representación real. Son autoridades sin autoridad, sostenidos apenas por estructuras vacías y por un sistema que se niega a replantearse.
¿Qué viene ahora?
La democracia argentina no está en crisis: está en transición hacia otra cosa. Y lo que viene asoma entre cuatro espectros:
- La rebelión fiscal: cuando los que no votan tampoco aceptan pagar impuestos. Sin representación, ¿por qué cargar con la carga tributaria? Ya hay sectores medios y altos que lo hacen por vías informales, pero esto podría masificarse, legitimado por la misma narrativa libertaria.
- El desorden consentido: menos Estado, más violencia social, más gendarmería y más IA controlando los márgenes. Todo en nombre del “orden”, pero sin sostén democrático real.
- La revancha política: con candidatos que ganan pero no convencen, las próximas elecciones (en especial en la Provincia de Buenos Aires) podrían convertirse en una batalla final entre “mileísmo radicalizado” y “antimileísmo desesperado”, con la mayoría de la sociedad mirando desde el costado.
- El colapso silencioso: que no habrá estallido, ni helicóptero, ni plazas repletas. Solo el abandono cívico progresivo. Una Argentina sin gritos, sin banderas, sin causas. Apenas una patria sin alma.
¿Quién tiene más poder hoy?
No Milei. No CFK. No los gobernadores, ni la Corte Suprema. El que más poder tiene en este momento es el que no vota. El que no se presenta. El que no responde encuestas, no milita, no se afilia, no participa, no discute. Esa mayoría silenciosa se volvió el actor político más contundente de la Argentina contemporánea.
Y su mensaje es brutal: “Nada me representa”.
Conclusión: cuando el sistema pierde el pueblo, pierde todo
La democracia argentina está desfondada. Sigue en pie por inercia y por costumbre. Pero la arquitectura institucional no resiste sin cimientos ciudadanos. Y si el ausentismo sigue creciendo, no solo estarán en juego cargos y elecciones: estará en juego el contrato social mismo.
Argentina no necesita una nueva épica. Necesita reconstruir sentido. Si no, lo que viene no es una dictadura, ni una anarquía, ni una república renovada. Lo que viene es el vacío.
Y el vacío, a veces, no da segundas oportunidades.