Basta de agachar la cabeza: el peronismo nació para tiempos como estos

Basta de agachar la cabeza: el peronismo nació para tiempos como estos

El país está descarrilado.
Mientras Brasil anuncia trenes de alta velocidad por miles de millones de dólares, acá discutimos si vamos a poder mantener las vías del siglo XIX y tapamos con tierra obras de soterramiento que costaron cientos de millones de dólares y que nadie explica. La famosa “motosierra” no fue metáfora: fue y es una política consciente que recorta jubilaciones, discapacidad, salud, educación, obra pública y logística. Se la siente en la mesa, en el barrio y en la ruta.

La derecha que gobierna vende su ajuste como heroísmo moral, pero en la práctica lo que hace es empobrecer a la mayoría para blindar el privilegio de unos pocos. La inflación no desapareció; el empleo no crece; la inversión productiva no llega; las PyMEs cierran y las familias se endeudan hasta la asfixia. Sin embargo, parte del sistema político parece más interesado en comentar la caída del gobierno que en construir una alternativa.

En este escenario, el peronismo tiene dos opciones: acomodarse al clima conservador, volverse una derecha prolija y vergonzante… o recuperar el orgullo de lo que es y fue: la fuerza que puso a la persona por encima del mercado, que entendió que la economía debe estar al servicio del hombre y no al revés.

No es momento de tibiezas.

Un país vendido para comprar tiempo

Este gobierno compró tiempo vendiendo la Argentina en cuotas:

  • primero el blanqueo para los de siempre,
  • luego el Fondo Monetario,
  • ahora el alineamiento sin anestesia con el Tesoro de Estados Unidos y los intereses externos.

Pero detrás del relato de “estabilidad” no hay desarrollo, ni industria, ni tecnología, ni ciencia, ni aumento de exportaciones genuinas. Lo que hay es bicicleta financiera, fuga y una economía real destruida.

Las consecuencias son concretas:

  • rutas que no se mantienen y saldrán diez veces más caras cuando haya que hacerlas de nuevo;
  • trenes sin inversión que ponen vidas en riesgo;
  • hospitales sin insumos;
  • escuelas sin recursos;
  • municipios desfinanciados y barrios librados a su suerte.

Un país sin Estado presente en infraestructura, logística y tecnología no es más libre: es más dependiente. Solo es atractivo para el capital especulativo y para quienes vienen a llevarse recursos naturales baratos y mano de obra desesperada.

Implosión social: cuando el dolor va hacia adentro

La Argentina de hoy no se parece al 2001 en la forma, pero sí en la profundidad del daño.
No hay cacerolazos masivos en cada esquina, pero hay algo igual o más peligroso: la implosión social.

La implosión no estalla contra los poderosos; estalla hacia adentro:

  • en la familia que se rompe porque la plata no alcanza,
  • en el barrio que convive con la droga, el desempleo y la violencia,
  • en la persona que se queda sola, endeudada, sin horizonte.

La precarización no solo es laboral, es existencial. Y ahí también llega el discurso de la derecha: “sálvate solo”, “si fracasás, es culpa tuya”, “el Estado no sirve”, “la política es toda igual”. En ese caldo de cultivo crece el antiperonismo de pibes que jamás conocieron un peronismo con capacidad de enamorar, de movilizar, de mostrar que la comunidad organizada es más fuerte que el individualismo de saldo.

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El error imperdonable: querer parecerse a la derecha

Hay un sector de la dirigencia que, ante el corrimiento social hacia la ultraderecha, concluye que la solución es imitarla: bajar banderas, moderar el discurso, renunciar a la palabra “patria”, esconder la palabra “soberanía”, olvidarse de “justicia social”. Eso no es estrategia, es rendición.

El peronismo no nació para pedir permiso ni para disfrazarse de lo que no es.
Nació para decir lo que otros no se animan, para defender a quienes no tienen voz, para plantarse frente al poder económico y financiero cuando todo el clima cultural te empuja a aplaudir al mercado como si fuera un dios.

La derrota electoral no puede convertirse en excusa para bajar la cabeza. La derrota no es un destino: es un dato que obliga a pensar más, escuchar más, estudiar más… pero no a renunciar a las convicciones.

Recuperar el orgullo, recuperar la comunidad

En un país donde te repiten que “la patria no existe”, que “el Estado es el problema” y que “cada uno se salva solo”, defender la soberanía, la comunidad y la solidaridad es un acto de rebeldía. Ahí el peronismo tiene una ventaja histórica si se anima a usarla.

Hay que volver a decir, sin vergüenza y con claridad:

  • Soberanía política no es un slogan viejo: es decidir con quién nos alineamos, qué acuerdos firmamos, qué hacemos con nuestros recursos naturales, qué modelo productivo queremos.
  • Independencia económica no es una frase de manual: es no hipotecar el futuro con deuda impagable, no regalar bienes estratégicos, no entregar nuestra logística y energía a intereses que solo piensan en su balance trimestral.
  • Justicia social no es asistencialismo: es trabajo digno, salario que alcance, educación pública de calidad, salud garantizada, acceso al hábitat y a la cultura.

Esto interpela a los que se sienten peronistas, pero también a mucha gente que quizás nunca votó al peronismo y sin embargo cree en esas ideas de fondo. La tarea no es cerrarse en una tribu; la tarea es convocar a toda la comunidad nacional que no quiere vivir en un país del descarte.

No alcanza con esperar que “se caigan solos”

Pensar que la estrategia es cruzarse de brazos y esperar que el gobierno implosione es de una irresponsabilidad brutal.
Porque antes de que colapsen los números, se arruinan vidas concretas. Antes de que cambie el humor de los mercados, se mata la industria, se quiebran comercios, se frustra una generación de jóvenes.

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La responsabilidad histórica del peronismo hoy es otra:

  • Proponer un rumbo claro de desarrollo, trabajo y producción, no solo criticar.
  • Escuchar al interior productivo, a las economías regionales, a las PyMEs, a los trabajadores de plataformas, a los sectores de la economía del conocimiento.
  • Actualizar sus herramientas sin entregar sus principios: entender el nuevo mundo del trabajo, las nuevas subjetividades, las redes, la cultura actual.
  • Unir al campo popular en torno a un programa y no a una interna eterna, con PASO si hace falta, pero con una idea de país compartida.

El mensaje de fondo

A quienes hoy se sienten peronistas, a quienes se sienten parte del campo nacional y popular, y a quienes simplemente saben que esto no va más, hay que hablarles con honestidad:

No estamos condenados a elegir entre motosierra o resignación.
No estamos obligados a aceptar una Argentina donde la mitad queda afuera y la otra mitad vive con miedo a caer.

En cada barrio, en cada sindicato, en cada universidad, en cada PyME que resiste, hay una reserva de dignidad que esta derecha no entiende y no puede comprar.

El peronismo tiene que volver a ser la herramienta política de esa dignidad.
Con coraje, con inteligencia, con autocrítica donde haga falta, pero sin bajar banderas.

Porque si algo nos enseñó la historia es simple y contundente:
cuando la derecha empobrece y entrega, el pueblo organizado siempre vuelve.
La única condición es que nosotros no nos rindamos antes.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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