La Paz – Bolivia, junio de 2025.
Una combinación explosiva de quiebre económico, represión estatal y crisis política tiene hoy a Bolivia al borde del colapso institucional. Con la inhabilitación del expresidente Evo Morales como telón de fondo, las tensiones entre el oficialismo y los movimientos populares alcanzan su punto máximo. En las últimas horas, una serie de protestas masivas, bloqueos y enfrentamientos han derivado en al menos ocho muertos y decenas de heridos. La población clama por alimentos, justicia y democracia.

“Sin comida, sin futuro”
Las causas del estallido no son sólo políticas: Bolivia se enfrenta a lo que analistas locales califican como una «quiebra técnica». Según testimonios enviados por corresponsales locales, el Estado ha dejado de pagar salarios a empleados públicos, no cumple con obligaciones de deuda externa, y ha agotado los recursos del Tesoro General de la Nación, incluso usando sin retorno fondos de la gestora pública de pensiones.

Las consecuencias golpean de lleno en la mesa popular: el aceite y la carne aumentaron hasta un 200%. El arroz escasea. En ciudades intermedias e interior del país, directamente no hay alimentos. “Es la gente la que bloquea las rutas, no los sindicatos”, asegura Daniel Mamaní, corresponsal que comparte registros desde Potosí. “La población exige pan, no banderas”, relata.
El ejército se fractura
A esta dramática situación se sumó el contenido explosivo de un comunicado que circula en medios alternativos y redes sociales: los comandantes de las fuerzas armadas de Bolivia expresaron “total desacuerdo” con las órdenes del Gobierno, acusando al alto mando de enviar a los soldados sin medios básicos de subsistencia ni respaldo legal. En el mensaje, los jefes militares acusan al coronel Camacho y al “títere del gobierno Gral. Aguilar” de poner en riesgo la vida de tropas y civiles. La nota cierra advirtiendo que no se movilizarán sin una orden escrita, desnudando un quiebre interno inédito.

“Esto es gravísimo”, advierte un experto en defensa regional. “La cadena de mando se rompió. Si los oficiales se rebelan contra el presidente, estamos frente a una posible insubordinación generalizada o peor: un pronunciamiento armado.”
Masacre silenciada
Mientras tanto, en la localidad de Llallagua, al norte de Potosí, el conflicto alcanzó niveles trágicos. Según testigos y periodistas independientes, las fuerzas de seguridad fueron enviadas a reprimir sin equipamiento adecuado, generando un enfrentamiento mortal entre mineros, ayllus originarios y efectivos policiales. El resultado: tres policías y al menos cinco civiles muertos, más de cien detenidos y una comunidad sumida en el terror.
La narrativa oficial, sin embargo, se concentra en las bajas policiales, ocultando —según denuncias— los muertos civiles para evitar una rebelión nacional que pida la renuncia del presidente Luis Arce. La estrategia, según fuentes locales, apunta a generar “enemigos internos” para justificar la represión.

La democracia se desvanece
Lo que parecía una pugna electoral por la proscripción de Evo Morales, se convirtió en una crisis estructural de gobernabilidad. El aparato estatal —sin fondos, con grietas internas y aislamiento internacional— reprime a una sociedad que reclama dignidad. El uso del aparato judicial y militar para bloquear la participación de referentes opositores revive los peores fantasmas del autoritarismo.
Bolivia, país de raíces originarias, rica diversidad y espíritu combativo, se encuentra en el umbral de una nueva era de confrontación. Lo que está en juego no es sólo un nombre en la boleta electoral, sino el alma misma del Estado Plurinacional: su vocación democrática, su autodeterminación y su pacto social.
¿Y ahora qué?
Con un sistema económico al borde del colapso, una sociedad movilizada, una oposición silenciada y un ejército que ya no obedece, Bolivia ingresa a una zona gris de su historia. O se reactiva un diálogo institucional urgente y con garantías de participación plural, o el país podría enfrentar una espiral de violencia con consecuencias regionales.
Desde el altiplano, los pueblos gritan por pan, justicia y libertad. El mundo debe escuchar.