«Campañas del miedo» en la nueva guerra de modelos: el macrismo habla de política y los K, de economía

 «Campañas del miedo» en la nueva guerra de modelos: el macrismo habla de política y los K, de economía
IProfesional.Com || En los primeros días quedó clara la estrategia electoral. El Gobierno agitará la amenaza de un regreso a las políticas populistas y ya culpa a Cristina por la suba del dólar. El kirchnerismo pone el énfasis en los costos sociales del ajuste, mientras minimiza el impacto de denuncias por corrupción.

ra inevitable: la confirmación de que Cristina Kirchner se postulará para las legislativas trajo consigo el debate y la polémica sobre si su sola presencia es suficiente como para generar una distorsión en el mercado financiero.

El dólar en la última semana se disparó y no está claro hasta qué punto el motivo fue la incertidumbre política o si esto obedeció a la restricción de oferta de divisas por el «canuto» agroexportador.

Como suele ocurrir, dilucidar el motivo de fondo a esta altura no es lo que importa, sino que lo relevante políticamente es ganar la batalla comunicacional.

El macrismo ve como funcional a sus intereses ligar la volatilidad de los mercados con el regreso de la ex presidenta, mientras el kirchnerismo comenzó a denunciar, a través de sus medios afines, una «campaña del miedo» que busca atribuirle a Cristina los problemas económicos generados por el propio Gobierno.

En esa batalla, Cristina lleva las de perder. Tantos años de reacción defensiva del mercado ante políticas intervencionistas del kirchnerismo dejó la sensación de que es normal que, ante la sola confirmación de su postulación, haya un reflejo condicionado por parte de los inversores, que rearmarían sus posiciones hacia un escenario de mayor riesgo-país.Hasta la propia Cristina es proclive a apoyar esa argumentación. De hecho, ya lo hizo durante todo su mandato, cuando alegaba haber sufrido una serie de corridas cambiarias a las que siempre atribuía un ánimo conspirativo y destituyente.

Cada suba del dólar, desde su punto de vista, era la forma en que los «grupos concentrados» oponían resistencia a las políticas intervencionistas del «modelo K».

Lo cierto es que si alguien está dispuesto a aprovechar políticamente la volatilidad financiera, es el macrismo.

Tras la confirmación de las candidaturas, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, recordó que el Gobierno había logrado que el dólar saliera de la primera plana de los diarios. Y atribuyó la lentitud de las inversiones productivas a la difusión del programa económico kirchnerista.

«Obviamente que cuando los inversores o aquellos que están pensando en poner una fábrica, ven la posibilidad de que Argentina vuelva a las políticas del pasado que tanto daño nos ha hecho, dudan. Y eso nos trae la gran discusión: si vamos a mirar el futuro o mirar el pasado», afirmó el funcionario.

La frase deja en claro el tono que tendrá el debate electoral: para el macrismo, lo que se vota no es tanto si el Gobierno merece un premio, sino que la población se asegure que no habrá una vuelta al populismo económico.

Un prospecto oficial con advertencias
Paradójicamente, en términos electorales, al Gobierno hasta le jugó a favor su reciente traspié financiero, porque le resulta funcional a su discurso.

El gigante de las inversiones globales Morgan Stanley decidió, contra todos los pronósticos, mantener a la Argentina con la calificación de «mercado de frontera» y postergar su promoción a la categoría de «emergente», que le habría facilitado inversiones y menores tasas de interés.

Y aunque el impacto inicial fue depresivo -en una analogía futbolera, el anuncio implica que la Argentina continúa perteneciendo a la «divisional C» de las finanzas internacionales-, el tema puede tener su veta política: a fin de cuentas, el informe de Morgan Stanley no critica el rumbo económico, sino que más bien lo que expresa es el temor sobre si está en riesgo su continuidad a largo plazo.

En otras palabras, que la mejora en las calificaciones llegará en la medida en que se detecten señales de que el proyecto macrista goza de buena salud.

Esa visión se vio reforzada por la presentación, en paralelo, de las propuestas económicas lanzadas por Cristina en su campaña para senadora.

En una entrevista televisiva esbozó el pilar de su programa, luego difundido en un documento: impulsar desde el Congreso un freno al endeudamiento externo y además revisar la deuda ya emitida.

No quedó claro qué implicaría exactamente esa revisión, pero la sola insinuación de que las condiciones de emisión de deuda pudieran ser alteradas -apenas un año después de que el país dejó atrás el default soberano más grande de la historia- alcanzó para generar resquemores.

Además, Cristina criticó la política del Banco Central, consistente en absorber dinero líquido a cambio de letras a altas tasas, lo cual en combinación con un dólar «planchado» generó la consabida «bicicleta financiera».

La crítica a esa política es tentadora: deja servida en bandeja la comparación con las finanzas de la dictadura militar de los ’70. El problema es que Cristina insinuó que desde el Congreso se debería poner un freno al Banco Central, que es autónomo por ley.

Además, en el capítulo de las tarifas de servicios públicos -otro tema de primer orden en la plataforma kirchnerista- se establece la necesidad de volver a «tarifas razonables». No se explica el criterio, pero se sobreentiende que se impulsaría una rebaja respecto del nivel actual, lo cual tendría el obvio correlato en el costo fiscal.

La plataforma K lleva a que el propio Gobierno macrista ponga en duda el futuro. En la reciente emisión de un bono a 100 años -que generó un debate nacional-, los inversores recibieron un documento oficial en los cuales se advierten que «contraindicaciones» puede llegar a tener la compra de ese título.

Y, naturalmente, se hace referencia al riesgo político.

«Si la agenda de la administración Macri no puede ser implementada con éxito -incluso como resultado de la falta de apoyo político de los partidos de oposición en el Congreso-, el resultado puede debilitar la confianza y afectar negativamente a la economía y la situación financiera de la Argentina», se escribió en el prospecto oficial.

Resta comprobar si esa confesión funcionará como un «sincericidio» que refleja debilidad por parte del Gobierno o si, por el contrario, jugará como un factor más en la «guerra del miedo» que quiere equiparar al kirchnerismo con las políticas antimercado y al macrismo con la garantía de una economía sana.

El negocio político de la «guerra de modelos»
La estrategia, en definitiva, luce clara. Para el discurso macrista, Cristina es sinónimo de imprevisibilidad, es la Argentina populista y enemistada con los mercados, lejos de la tónica «market friendly» del macrismo.

Y esa tónica de campaña no sólo es fomentada por el Gobierno, sino que la propia ex mandataria parece interesada en marcar otra vez, la confrontación política como un choque de modelos antagónicos, dos visiones irreconciliables de proyectos de país.

Por supuesto que, cuando se pasa del discurso a los hechos, las cosas dejan de ser blanco y negro y aparecen los grises.Los propios economistas del equipo kirchnerista admiten que, ni siquiera con un regreso de Cristina al gobierno en 2019, podrá haber nada que se asemeje a un default ni a un canje compulsivo de la deuda.

En la vereda de enfrente, el macrismo que durante años fustigó a Cristina por su despilfarro fiscal y su dureza impositiva, se muestra cauto y gradualista, tanto para recortar gastos como para aliviar la carga tributaria.

Pero eso ocurre en la gestión de Gobierno, cuando la realidad impone límites y el margen de lo factible empieza a achicarse, más allá de visiones ideológicas.

Ahora, en cambio, es la hora de la campaña. Y lo que se escuchará en los próximos meses serán discursos plagados de advertencias graves.

Ambos sectores se muestran confiados en su estrategia. El kirchnerismo, porque está convencido de que los votos son determinados por el bolsillo. Y, desde esa lógica, minimiza la relevancia de los debates de tipo institucional y las denuncias por corrupción.

Lo dejó en claro Fernanda Vallejos, una economista que Cristina designó para liderar su lista de candidatos a diputados. En sus primeras declaraciones, Vallejos dijo que la corrupción kirchnerista era «un invento«.

«Por la gravedad de la situación económica siento que no es relevante hablar sobre la corrupción del gobierno anterior, no le aporta nada esa discusión a la gente, no le soluciona los problemas. El tema de la corrupción es una preocupación de los medios, la gente piensa si llega o no a fin de mes», dijo la candidata. Todo una definición de estrategia electoral.

Sus declaraciones -que incluyeron una defensa al ex vicepresidente Amado Boudou, a quien comparó con Hipólito Yrigoyen y Juan Perón- fueron ampliamente festejadas en el comité de campaña macrista.

«Fue extraordinario. Hay que dejarlos hablar», dijo uno de los principales estrategas de Cambiemos, convencido de que cada intervención pública de dirigentes K le mejora las chances electorales al Gobierno.

En el bunker macrista existe la convicción opuesta a la del kirchnerismo: el jefe de Gabinete, Marcos Peña, sostiene que esta elección no se definirá por la economía sino por la política.

Y, en las reuniones de estrategia, se expone como prueba la marcha de apoyo al Gobierno realizada en abril.

En aquella ocasión, una multitud autoconvocada en las redes sociales manifestó no tanto su amor por Macri sino su rechazo a ciertos gestos desestabilizadores provenientes del kirchnerismo.

De momento, nadie se anima a pronosticar quién ganará, pero ya circulan algunas primeras encuestas y los analistas hablan de paridad en la provincia de Buenos Aires, el escenario de la batalla principal, que tendrá a Cristina como protagonista.

Los primeros sondeos marcan que tanto el kirchnerismo como el macrismo superarán el 30% del apoyo.

Claro que faltan dos meses para las primarias y luego otros dos para las elecciones legislativas «de verdad». Y, en el medio, ocurrirá una nueva edición de la ya clásica «guerra de modelos».

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