Carlos Sadir, entre el asfalto y el abismo: ¿obras viales o salarios de hambre?

Carlos Sadir, entre el asfalto y el abismo: ¿obras viales o salarios de hambre?


Carlos Sadir está frente a una encrucijada monumental: o se calza el casco de ingeniero del ajuste macrista recargado, o escucha el grito silencioso de miles de estatales que no llegan a mitad de mes. La decisión de que Jujuy asuma obras de Vialidad Nacional, en plena era Milei, no es un acto de gestión: es una jugada geopolítica de alto riesgo económico, institucional y ético.

La Nación se retira. Vialidad Nacional cierra. La promesa de autopistas se diluye en comunicados, y el financiamiento se esfuma como polvo sobre la puna. En ese contexto, Sadir decide hacerse cargo de obras que demandan miles de millones de dólares, pero sin garantía soberana de la Nación, con una provincia ya hiperendeudada en moneda extranjera, sin dólares y con un crédito fiscal destrozado. El plan “Jujuy Construye” se vuelve así, más que una consigna, un poema trágico de autoficción: ¿con qué construye, Sadir?

Salarios pulverizados, rutas brillantes

Mientras tanto, los empleados públicos, los docentes, los enfermeros, los policías, ven cómo sus sueldos siguen por debajo de la línea de pobreza, con aumentos parciales, paritarias maquilladas y bonos que no alcanzan ni para cubrir la canasta básica. La pregunta arde: ¿es moralmente legítimo que se haga pavimento para una autopista internacional, mientras los estatales almuerzan arroz con mate cocido?

¿Quién decide esas prioridades? ¿El pueblo jujeño? ¿La Legislatura? ¿Las comunidades originarias que ya protestan por rutas impuestas sin consulta previa? No. Las decisiones se cocinan entre Casa de Gobierno, La Libertad Avanza y el club de contratistas que ahora ve en Jujuy una mina de oro sin control nacional.

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¿Licitaciones internacionales… sin soberanía?

Trascendió que el gobernador abriría licitaciones internacionales para estas megaobras. ¿Con qué garantías? ¿Con qué moneda? Jujuy no tiene margen fiscal, y mucho menos autonomía financiera para asumir semejante carga. ¿Deberá ceder regalías, tierras, ingresos futuros o incluso servicios esenciales para cumplir con las cláusulas leoninas de empresas extranjeras? Las preguntas son muchas, y las respuestas brillan por su ausencia.

Aquí no se trata solo de pavimento y cemento: se trata de soberanía. De la posibilidad de que en nombre del progreso se vuelva a hipotecar el futuro de la provincia para alimentar contratos extractivistas que luego dejan pueblos fantasmas al costado de una ruta reluciente.

Un modelo sin pueblo

Sadir no está proponiendo desarrollo: está proponiendo una escenografía para las cámaras, una simulación de modernidad que esconde la descomposición real de una sociedad jaqueada por el hambre, el desempleo y la desesperanza. Porque el modelo Milei-Sadir no invierte en salud, no invierte en educación, no invierte en empleo: solo invierte en relato.

Y mientras tanto, la Legislatura calla, los sindicatos tiemblan, y la población apenas resiste, acorralada entre promesas de autopistas fantasmas y sueldos que no se ajustan ni a la inflación real ni a la dignidad mínima.

¿Qué hará Sadir?

La historia está escribiéndose. O Carlos Sadir se convierte en el gerente local del desguace nacional, sacrificando salarios y derechos en nombre del asfalto y el crédito externo, o decide dar un giro democrático, institucional y popular. Para eso, debe ir a la Legislatura, someter el endeudamiento a debate público, y consultar a las comunidades afectadas por estas obras. Pero, sobre todo, debe contestar una pregunta que no admite evasivas:

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¿De quién es esta provincia? ¿De los jujeños… o de los contratistas?

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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