Carnaval en Jujuy: ¿Éxito turístico o degradación cultural irreversible?

Carnaval en Jujuy: ¿Éxito turístico o degradación cultural irreversible?

El Carnaval de Jujuy es reconocido por su riqueza cultural y su capacidad para atraer a miles de turistas cada año. Según datos oficiales, en el Carnaval de 2025, la provincia recibió a más de 48.000 visitantes, generando un impacto económico superior a los 10.000 millones de pesos y alcanzando una ocupación hotelera récord del 92,79%. Sin embargo, detrás de estas cifras alentadoras, emergen preocupaciones sobre las consecuencias culturales y sanitarias de la festividad, especialmente en relación con el consumo excesivo de alcohol y su impacto en la juventud.

Consumo de alcohol en menores: una problemática alarmante

Durante las celebraciones de Carnaval, se han reportado casos preocupantes de menores en estado de coma alcohólico. El director del SAME, Pablo Jure, expresó su alarma por la cantidad de menores de edad atendidos por intoxicación alcohólica, requiriendo intervención médica urgente. Además, la directora de Salud Mental de Jujuy, Estefanía Valdéz Clinis, reconoció que el consumo de alcohol comienza en la niñez, alrededor de los 12 años, y que esta es «una práctica cultural instalada».

El dato es devastador: en Jujuy, la edad de inicio en el consumo de alcohol está entre los 10 y 12 años. Una realidad que debería prender todas las alarmas en el ámbito sanitario y político, pero que hasta el momento es ignorada bajo el pretexto de la «tradición». La permisividad social frente a esta problemática no solo daña a los niños y adolescentes de hoy, sino que condena el futuro de la provincia a un deterioro estructural irreversible.

El costo cultural y sanitario del Carnaval

Si bien el Carnaval representa una fuente significativa de ingresos para la provincia, es crucial cuestionar si estos beneficios económicos justifican el costo cultural, sanitario y social asociado. Jujuy no solo está consolidando una «práctica cultural» basada en el consumo descontrolado de alcohol, sino que está incubando una crisis sanitaria de largo plazo.

El alcoholismo juvenil es una de las principales causas de accidentes, violencia y problemas de salud mental en la provincia. No es casualidad que Jujuy tenga uno de los índices más altos de siniestralidad vial en el país, muchas veces relacionados con la ingesta desmedida de alcohol. Los hospitales reciben cada año cientos de casos de intoxicación etílica, violencia de género y abuso sexual en el contexto del Carnaval. Los costos sanitarios de atender estas emergencias superan ampliamente los beneficios económicos que la festividad deja en la región.

La hipocresía política: un fracaso institucional

A pesar de los discursos de «compromiso» con la niñez y la juventud, el gobierno provincial sigue promoviendo el Carnaval como un activo turístico sin asumir la responsabilidad de su impacto. En lugar de generar políticas efectivas para erradicar el consumo masivo de alcohol entre menores, se limitan a vender números de éxito turístico que esconden un pasivo irremontable.

La hipocresía es evidente: mientras se financian campañas de concientización contra el alcoholismo, se permite la venta irrestricta de bebidas alcohólicas en eventos multitudinarios. Se promociona el Carnaval como «patrimonio cultural», pero se hace la vista gorda ante el deterioro social que genera. Las pocas regulaciones existentes no se cumplen y los operativos de control son ineficientes o simplemente inexistentes.

El problema no es la festividad en sí misma, sino la complicidad de una política que ha decidido convertir el Carnaval en un comercio de alcohol sin límites. No hay planificación, no hay regulaciones serias, no hay un enfoque preventivo de salud pública. Hay solo una carrera por inflar cifras de turismo y ocultar el colapso social que subyace a la fiesta.

¿Hacia dónde va Jujuy?

Si Jujuy no rompe con esta inercia, en pocos años enfrentará una crisis sanitaria y social mucho más grave de la que ya se está gestando. La provincia necesita urgentemente un cambio de paradigma: el Carnaval no puede seguir siendo sinónimo de descontrol etílico y degradación cultural. Es imperativo establecer medidas concretas, desde restricciones más estrictas en la venta de alcohol hasta campañas de educación temprana sobre el consumo responsable.

La pregunta clave es: ¿seguirá el gobierno promoviendo una tradición que destruye a su propia juventud, o asumirá de una vez por todas su responsabilidad en la construcción de un futuro diferente? Hasta ahora, la respuesta parece ser la indiferencia. Pero el tiempo corre, y con cada Carnaval que pasa, el costo social y sanitario de esta omisión se vuelve más alto e irreversible.

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