Lejos de una solución, la “guerra que no termina” parece entrar en una nueva fase de endurecimiento. La vía política está cerrada, y el destino de Europa vuelve a jugarse —como tantas veces— en el barro y la sangre del campo de batalla.
La disonancia quedó clara tras la reciente entrevista de Gustavo Sylvestre a la ex presidenta. Allí Cristina ensayó una defensa de su rol histórico, alertó sobre el programa de Milei, y dejó entrever que su compromiso sigue intacto.
“Estos tipos no construyeron nada”, dijo con firmeza. Y tenía razón. La Argentina de Milei es una fábrica de ajuste, donde se revolean jubilados, docentes y científicos como si fueran “gastos innecesarios”.
El Congreso vivirá una sesión clave. Si la oposición logra quórum y vota una nueva fórmula de actualización jubilatoria, el gobierno deberá elegir entre aceptar la voluntad del pueblo representado o confirmar que su única lealtad es con los fondos que le exigen más sangre.
El dilema libertario queda expuesto: ¿Puede avanzar un proyecto de flexibilización sin respaldo político, social ni jurídico? Hasta ahora, los jueces, los sindicatos y hasta algunos bloques opositores comienzan a decir que no.
La jornada festiva no solo se limitó a Alto Comedero; un pequeño pero significativo desfile contó con la participación de cuerpos de bomberos de San Salvador, San Pedro y El Carmen, quienes se unieron para rendir homenaje a la vocación de servicio que los caracteriza.
La narrativa que se impone no es la de la paz, sino la de la “perdición pactada”. No hay liderazgo global capaz de frenar esta deriva, y cada potencia apuesta a que el adversario retrocederá primero.