La reciente decisión del Tribunal Oral Federal N°2 de notificar por Zoom a Cristina Fernández de Kirchner sobre las condiciones de detención, evitándole así su comparecencia en Comodoro Py, marca mucho más que una anécdota judicial: es la confesión tácita de un gobierno que le teme a la movilización popular, y que empieza a reconocer el precio político de su pulsión autoritaria.
Lejos de afianzar su autoridad, Javier Milei queda expuesto como un presidente que necesita controlar las calles para mantener su relato de “libertad” intacto, sabiendo que cualquier estallido de masas puede desarmar la máscara liberal-libertaria con la que se presentó ante el mundo. El fenómeno es evidente: el mismo sistema judicial que lo acompaña en su cruzada punitivista, ahora le concede a CFK una concesión estratégica para evitar un estallido social, es decir, evita la escena que podría cristalizar su imagen de dictador frente al planeta.
Porque en esta coyuntura, la figura de Cristina Kirchner ha vuelto a ocupar el centro de la escena política nacional e internacional, aunque esta vez desde otro lugar. Ya no como “la que elige con el dedo”, sino como la pieza ineludible alrededor de la cual se empieza a construir una nueva oposición transversal, plural y antiautoritaria. Su condena judicial, lejos de debilitarla, ha despertado una ola de solidaridad que aglutina lo que Milei logró dispersar: peronismo, progresismo, radicalismo democrático, sindicalismo y movimientos sociales.
El efecto búmeran: la persecución reaviva lo que Milei quiso enterrar
El intento del oficialismo de convertir el caso CFK en símbolo de “fin de la casta” desató un efecto búmeran devastador. No sólo porque CFK volvió a ser el epicentro simbólico de la democracia amenazada, sino porque su ausencia física se transforma en una presencia multiplicada, mediática, popular, espiritual. No irá a Comodoro Py porque el gobierno lo pidió. Porque teme que las imágenes de una marea humana defendiendo a Cristina dinamicen el relato institucional de la Casa Rosada y lo trasformen en una escena global de represión y autoritarismo.
Y lo saben. El mundo lo sabe. Hoy las acciones argentinas cayeron. No por el dólar, no por el déficit, no por la inflación: cayeron porque los mercados huelen lo que el gobierno oculta: Milei se debilita. No por CFK, sino por lo que ella representa en este momento: el límite democrático frente al delirio mesiánico del anarcocapitalismo encarnado en la figura presidencial.
Milei 2027: la campaña que nació herida
Mientras Milei ya lanza su candidatura presidencial para el 2027, la política real lo está alcanzando. El anuncio no entusiasma ni siquiera al círculo rojo, que empieza a mirar con desconfianza a un presidente que, en su afán de destruir, podría quedarse sin país que gobernar ni mercado que seducir.
CFK ya no necesita hablar. Su figura es ahora el catalizador de un nuevo frente que trasciende el peronismo tradicional, que no espera su bendición pero sí reconoce en su persecución un síntoma de algo más profundo: la ruptura del pacto democrático.
La calle como frontera moral del poder
El miedo a la movilización explica todo: la notificación virtual, el silencio de la Rosada, el intento de desmovilizar a la militancia. Porque saben que una imagen basta. La de CFK en Comodoro Py, la de las Madres, la de los estudiantes, la de los jubilados, la de los sindicatos, la de un pueblo que aún con bronca y fragmentación reconoce que cuando se va la democracia, no vuelve fácil.
La calle vuelve a ser el escenario donde se define el futuro. Y hoy, el gobierno nacional está haciendo todo lo posible para vaciarla de contenido y de pueblo. Pero quizás sea demasiado tarde.