La guerra comercial entre Estados Unidos y China volvió a encenderse, y esta vez, la chispa tiene nombre propio: minerales estratégicos. En un movimiento de alto impacto, el gobierno norteamericano decidió aumentar los aranceles a ciertos productos chinos, incluidos metales esenciales para la transición energética global. La respuesta de Beijing no se hizo esperar. El problema, como siempre, es que cuando los elefantes pelean, el pasto sufre. Y en este caso, el pasto se llama Jujuy, Salta y Catamarca: el corazón del litio argentino, atrapado entre dos superpotencias.
Argentina, y particularmente el NOA, vive desde hace años un auge exportador basado en su riqueza mineral. El litio, el cobre y otros minerales críticos han colocado a la región en el mapa geoeconómico del siglo XXI. Pero esa centralidad no viene sin costos. El triángulo del litio —conformado por Argentina, Bolivia y Chile— depende estructuralmente de la demanda china, que es el principal inversor y comprador de litio jujeño a través de empresas como Ganfeng Lithium o Tsingshan. Estados Unidos, por su parte, observa con recelo este dominio asiático y busca desesperadamente cortar esa dependencia.
Por eso el anuncio de nuevos aranceles no solo va dirigido a castigar a China. Es también una señal a países como Argentina: o con nosotros, o con ellos. La paradoja es que Jujuy exporta litio hacia China pero depende de tecnología y maquinaria de origen norteamericano para su extracción y procesamiento. Aumentar la tensión entre ambas potencias pone a la provincia en una encrucijada peligrosa: ¿cómo sobrevivir en un mundo partido en dos, cuando tu economía depende de ambos lados?
Las consecuencias ya comienzan a insinuarse. Si la guerra de aranceles se profundiza, China podría limitar su exposición externa, recortar inversiones o imponer mayores condiciones a sus socios latinoamericanos. Eso afectaría directamente a los proyectos de litio en marcha en Jujuy y Salta, donde el capital chino es dominante. A su vez, Estados Unidos presiona para que los países del hemisferio sur le den prioridad a alianzas “estratégicas” en detrimento de los vínculos con Beijing, pero sin ofrecer la misma velocidad ni volumen de financiamiento.
En este tablero, el NOA no gana, pero tampoco puede permitirse perder. El año 2025 será crucial: si la disputa arancelaria se extiende y China reconfigura su matriz de importaciones, muchas economías regionales argentinas podrían quedar en offside. No solo por el litio. El tabaco, los cítricos, el cobre y otros minerales también dependen de mercados externos que se están volviendo más volátiles, más politizados y menos previsibles. Las inversiones podrían frenarse. Las plantas podrían demorar su puesta en marcha. Y el impacto social de una desaceleración minera sería enorme.
Estados Unidos difícilmente venza a China en esta guerra. Y menos aún en el terreno de los minerales estratégicos, donde el gigante asiático ha invertido durante décadas, asegurándose cadenas de valor enteras. Pero lo que sí puede lograr Washington es convertir la región andina en un nuevo frente geopolítico, donde cada decisión comercial se vuelve una declaración de lealtad.
Argentina, atrapada entre el ajuste de Milei y la promesa extractivista, tendrá que elegir si sigue siendo proveedora de materias primas sin voz ni voto o si logra, por primera vez en décadas, construir una estrategia soberana de desarrollo tecnológico y comercial. La oportunidad está, pero el reloj corre.
El saldo de 2025 dependerá menos del precio del litio que del mapa de poder global. Y en ese mapa, el NOA es valioso, sí, pero no imprescindible. Esa es la advertencia que nadie quiere escuchar.