Editorial Perico Noticias // Hagamos foco: esto no es soberanía, es tutelaje
Lo que estamos viviendo hoy en Argentina no es un programa económico. Es una administración de terapia intensiva hecha desde afuera, con respirador prestado y condiciones políticas explícitas.
El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, anunció públicamente que Washington activó un acuerdo de swap por 20.000 millones de dólares con el Banco Central argentino y que, además, el Tesoro norteamericano está dispuesto a tomar “medidas excepcionales” para sostener los mercados locales. Eso incluyó intervenciones directas para sostener el peso argentino, ejecutadas a través de bancos internacionales que vendieron dólares por cuenta y orden del Tesoro de EE.UU. para que el tipo de cambio no explote en la previa electoral.
Paremos ahí: el Tesoro de EE.UU. salió a vender dólares en nuestro mercado cambiario para que el dólar no se dispare antes de votar. Eso no había pasado nunca en estos términos desde el retorno democrático. Es un rescate político, no técnico. Es geopolítica en crudo.
Donald Trump, además, lo dijo sin maquillaje: la asistencia financiera a la Argentina está atada a que Javier Milei gane y consolide poder legislativo. Traduzco: “ganás, te sostengo; perdés, te suelto la mano”. Eso no es apoyo a un país; es control sobre un presidente endeudado emocionalmente con Washington, que se arrodilló agradeciendo.
Este no es un acuerdo soberano. Es un protectorado condicional.
Ese “correte que me hago cargo” de Bessent a Caputo (“yo entro con la billetera, vos sonreí y aguantá la conferencia”) fue celebrado como una jugada maestra del gobierno. Vamos a ser serios: que el Tesoro de EE.UU. tenga que operar en tu mercado cambiario para que no colapses 48 horas antes de las elecciones no es lucimiento. Es cuadro clínico de paro cardiorrespiratorio. Es el médico atendiendo al paciente en la vereda porque si espera la cama del hospital se muere ahí mismo.
Nos vendieron “estabilidad cambiaria”. Lo que hubo fue UTI con respirador norteamericano. Y el respirador es alquilado.
Milei festeja; la calle no
El mileísmo intenta vender lo ocurrido como una victoria épica que ordena el futuro: baja momentánea del dólar financiero, bonos que rebotan, la foto con Trump, la palabra “gobernabilidad” repetida como mantra.
Pero miremos la macro real, no el relato de Twitter.
- La inflación mensual sigue arriba del 2% en el índice diario de octubre y empuja precios básicos. La inercia inflacionaria no se desactivó.
- El salario real sigue debajo del piso de subsistencia urbana.
- El empleo privado formal destruido no se recompone con discursos sobre “segunda generación de reformas”.
- La actividad productiva está entrando en recesión abierta: industria frenada, comercio al piso, consumo perforado.
- El endeudamiento de los hogares ya no es sólo tarjeta: es supervivencia. En este contexto, las familias hipotecan literal su futuro para llegar al fin de mes. Eso ya se ve en los datos de crédito al consumo y en los indicadores de mora privada.
¿Dónde está el famoso shock de confianza, la supuesta “rebeldía de mercado” que iba a convertirnos en Singapur en seis meses? No está. Lo que hay es drenaje: 30.000 millones de dólares fugados en seis meses entre formación de activos externos, dolarización de carteras y pago anticipado de posiciones, todo para sostener una banda cambiaria que ya nadie cree seria. Y para suplir esa hemorragia, ahora se pone plata de otro país que exige disciplina política alineada con su propio interés estratégico.
Eso no es “éxito del plan Milei”. Eso es “el plan Milei se rompió tan fuerte que hubo que llamar a Washington a las 3 de la mañana para que no colapse el sistema el lunes”.
La frase es esta: el programa fracasó. Lo dicen incluso economistas del propio dispositivo oficialista cuando hablan sin micrófono. Fracasó porque, sin el auxilio de Estados Unidos, el Banco Central quedaba literalmente sin reservas operativas. Se había llegado al punto donde el gobierno estaba a horas de tener que cerrar el grifo del sistema financiero doméstico para evitar un desborde cambiario. Eso no es épica. Es código rojo.
Que nadie se confunda por el rebote de bonos y la espuma de la bolsa: eso es anestesia electoral. No es crecimiento.
El truco comunicacional: llamar “reforma” a un ajuste sin empleo
Milei y su ala económica venden la “reforma de segunda generación”: reforma laboral, reforma tributaria, reforma penal, todo envuelto en la bandera de la modernización. El discurso suena así: “si flexibilizamos, se destraba la inversión; si limpiamos al Estado, llega el empleo privado”.
Esto es falso en dos niveles.
Primero, porque ninguna de esas reformas resuelve lo urgente: trabajo real y salario digno hoy. Argentina está entrando en recesión y el gobierno no tiene un planteo serio de activación de demanda interna, industria, obra pública inteligente o crédito productivo PyME. No hay plan para generar empleo masivo registrado en los próximos seis meses. Sólo hay ajuste. Eso no es un proyecto económico. Es licuación social.
Segundo, porque la flexibilización laboral en un contexto de recesión y desempleo creciente no genera trabajo, genera miedo. El mensaje es: “Te saco derechos para que aceptes cualquier cosa”. Eso no es mercado libre. Eso es disciplinamiento por hambre.
Y encima te lo declaran “libertad”.
Acá entra lo que en Formato 10 venimos explicando: el humillado, el precarizado, el que quedó fuera de convenio y fuera de salario real, vive la pobreza como culpa propia. Se siente fracasado. No siente que lo explotaron; siente que no estuvo “a la altura”. Esa herida moral —la humillación diaria, el sueldo que no alcanza, la deuda que lo asfixia— es terreno fértil para que la derecha extrema le diga: “El problema es el otro pobre. El planero. El inmigrante. El que cobra un beneficio. No el modelo económico que te está exprimiendo”. Esa operación psicológica está funcionando hoy en Argentina igual que funcionó con Trump o Bolsonaro: el pobre roto convertido en tropa del ajuste que lo destruye. (AP News)
Y ojo: ese vacío emocional existe porque el peronismo tradicional abandonó su rol de contención y respeto, y una parte de su dirigencia se volvió casta prebendaria, encapsulada en su ombligo. Ese peronismo camporista de oficina terminó pareciéndose demasiado a lo que decía combatir.
Hoy la bronca social no tiene representación digna. Y eso es peligroso.
El espejismo de la “gobernabilidad”
Tras las legislativas, Milei sale a decir: tengo más banca política, tengo a los gobernadores en fila, tengo a Trump atrás, tengo a Bessent con la billetera, tengo al Tesoro de EE.UU. sosteniendo la banda cambiaria.
Traducción real: el poder económico externo exige “gobernabilidad” para garantizar que el Congreso vote el paquete de reformas y que la Argentina siga pagando deuda, aun con más recesión. Los gobernadores que fueron a la foto con Milei, y aceptaron sonreír, quedaron marcados por una doble señal: adentro avalan el ajuste; afuera venden institucionalidad para que les bajen algo de caja. Y cuatro provincias quedaron fuera de la foto, disciplinadas simbólicamente como “no alineadas”. Eso, hacia el FMI y el Tesoro de EE.UU., fue una puesta en escena: “miren, tengo masa política para sostener el plan”.
Pero los números macro no acompañan ese acting. Recesión. Inflación persistente. Salarios muertos. Endeudamiento récord de familias. Fuga brutal. Necesidad de dólares prestados a contrarreloj. Nada estructural cambió. Nada.
A esto lo llaman victoria. Es una victoria pírrica: se ganó la foto; se perdió el país real.
¿Salida? Sí hay salida. Pero no es la que vende Milei
La salida no es más subordinación externa, más obediencia a Washington, más desguace sindical, más flexibilización con pobreza salarial, más represión moral vendida como orden.
La salida es vieja y nueva a la vez: volver al peronismo, pero no al peronismo cartelizado, agotado, domesticado por su propia rosca interna. Volver al peronismo como ingeniería social seria: trabajo productivo, industria nacional, ciencia aplicada al desarrollo, orgullo tecnológico propio, salario que permita vivir, familia protegida, comunidad fuerte, Estado que garantice dignidad sin humillar.
Esto no es una consigna nostálgica. Es la única forma de frenar la máquina de humillación que hoy convierte a los agotados en carne de cañón para discursos autoritarios.
Ese peronismo está obligado a nacer otra vez. Y acá aparece Axel Kicillof.
Kicillof ya es, guste o no. Es el único cuadro grande del peronismo que hoy combina cuatro atributos que el mercado social argentino valora:
- Combatividad económica frente al ajuste.
- Honestidad percibida (cero causas de corrupción serias en su contra).
- Capacidad técnica para hablar de economía en criollo.
- Energía generacional para proyectar 2027 con narrativa de reconstrucción y no de nostalgia.
Kicillof ya entendió algo que Milei no puede permitirse decir: el problema no es que “sobra gente”, el problema es que sobran modelos de expolio que condenan a esa gente a vivir endeudada, sola, sin respeto y con culpa.
Y entendió algo que Cristina se niega a aceptar: no alcanza con administrar la memoria, hay que construir futuro en todas las provincias con satélites alineados al mismo norte: trabajo digno, industria viva, conocimiento argentino, y moral social basada en comunidad, no en odio.
Eso es volver al peronismo. No como eslogan. Como salida de emergencia.
Lo que viene si seguimos así
Si seguimos en piloto automático bajo tutela externa, el cuadro es este:
- Profundización de la recesión.
- Más cierre de pymes industriales.
- Más precarización con cobertura “legal”.
- Más endeudamiento familiar tóxico.
- Más fuga de capitales, ahora subsidiada por swaps externos.
- Y, políticamente, más polarización vacía donde Milei grita “casta”, la oposición tradicional balbucea y nadie construye pertenencia para los humillados.
Eso es la semilla de la barbarie: sociedad rota, vínculo social destruido, respeto anulado. Esa es la antesala de democracias que conservan urnas pero pierden alma. (Cinco Días)
Por eso el mensaje tiene que ser frontal:
Milei no salvó a la Argentina. Milei hipotecó a la Argentina, la ató emocionalmente al pie de Trump y vendió eso como soberanía.
Y mientras tanto, abajo, la recesión se está comiendo en silencio a la clase trabajadora, a la clase media baja y a los comercios de barrio.
Esto no es sustentable.
O reconstruimos un proyecto nacional serio, productivo, moralmente estable —un peronismo que vuelva a poner el trabajo por encima de la timba— o vamos a una etapa donde cada argentino va a ser tratado como descarte y después culpado por fracasar.
Ese es el punto de quiebre histórico. Está pasando ahora.
