La derrota electoral de Milei precipitó lo que los mercados ya descontaban: el plan económico fracasó. No es que vaya a caer; ya está caído. El derrumbe de bonos, la corrida contra el peso y la falta de dólares marcan el inicio de una transición dura, inexorable.
Caputo y Bausili, arquitectos de un esquema pensado para la patria financiera, no logran sostener un castillo de arena. El financiamiento artificial del déficit vía bicicleta financiera llegó a su límite. El costo lo paga el ciudadano común: jubilados, discapacitados y trabajadores precarizados convertidos en la variable de ajuste de un experimento fallido.
El problema ya no es técnico, es político: el mercado percibe que el presidente ratifica un rumbo insostenible. Sin corrección de fondo, el desenlace se acerca al escenario de default y licuación de deudas en pesos. La historia argentina ya vivió episodios similares: cada intento neoliberal mal implementado terminó en un consenso social de «nunca más».
El futuro inmediato será turbulento: caída del consumo, más inflación y una economía paralizada. Pero la contracara es que este fracaso desnuda la necesidad de un nuevo programa que priorice al pueblo antes que a los banqueros. Ese consenso ya empieza a gestarse.
El desenlace tiene un correlato histórico ineludible: 2001 y 2019 son espejos donde el presente se refleja. En ambos casos, la negación del poder político frente al colapso financiero solo aceleró la crisis. Hoy, la caída de Milei repite la misma curva: discurso desafiante, mercados en pánico y una ciudadanía golpeada que no espera promesas, sino soluciones inmediatas.
La volatilidad actual demuestra que los números ya no se sostienen con relato ni con marketing político. El dólar paralelo disparado, la bolsa desplomada y el riesgo país en alza certifican que el «plan motosierra» no logró confianza ni en la calle ni en Wall Street. Es el certificado de defunción de un experimento que sacrificó a la gente en el altar de la ortodoxia financiera.
La crisis no será corta ni suave. El 2025 se inaugura con un Estado que enfrenta la disyuntiva de elegir: o persiste en el ajuste y se hunde más en la recesión, o reconoce la derrota del modelo y da lugar a un plan de estabilización integral, que necesariamente incluirá acuerdos políticos amplios. La pregunta es si Milei tiene el talante y los aliados para encarar ese cambio.
En paralelo, la oposición percibe la oportunidad de capitalizar el desgaste. Lo que ayer parecía improbable, hoy es casi certeza: Milei quedó políticamente herido de muerte, y su gobierno inicia el largo camino de un pato rengo adelantado. El crash financiero no es un episodio aislado: es el prólogo de un reacomodamiento institucional inevitable.