Javier Milei intentó despegarse del escándalo CriptoGate con una defensa que no resiste el menor análisis. En una entrevista con Luis Majul, el presidente recurrió a metáforas futboleras, ataques personales y el viejo truco de «esto no es un problema mío». Sin embargo, en términos jurídicos, su argumentación es una rendición implícita: sin su tuit, no habría negocio; y el negocio existió.
El New York Times reveló que Mauricio Novelli, un operador vinculado al círculo íntimo del gobierno, cobraba a empresarios por gestionar reuniones con funcionarios, incluyendo al propio Milei. La evidencia indica que, sin el respaldo presidencial, esta operación jamás habría alcanzado el volumen que tuvo. Pero Milei, lejos de ofrecer una respuesta coherente, se limitó a descalificar la denuncia, llamándola «chisme de peluquería».
La falta de consistencia en su defensa es escandalosa. Primero, asegura que se trata de «terceros con terceros», como si su rol fuera el de un mero espectador. Pero su tuit legitimó y promocionó públicamente un negocio que ahora él mismo intenta desconocer. ¿Cómo puede desvincularse de un fraude que él mismo ayudó a visibilizar?
Milei, el arquero que “tiró la pelota a la tribuna”
El presidente ensayó una analogía futbolera para minimizar su responsabilidad: «Los penales los erran los que patean», en alusión a una final de Boca contra el Milan. ¿Es Milei un simple jugador que falló un tiro? No, es el dueño de la pelota, el árbitro y el dueño de la cancha. Sin su intervención directa, sin su promoción explícita, este engaño jamás habría captado la atención del público.
No se trata de un penal errado, sino de un engaño estructurado que él mismo facilitó, y que ahora pretende ignorar con una defensa pueril.
Un presidente ignorante o cómplice
Otro punto crítico de su defensa es su intento de esconderse detrás de su propia incompetencia. En la entrevista, Milei admitió que su «especialización» es la macroeconomía, no las finanzas ni los tokens. Sin embargo, esta excusa no lo exime de responsabilidad. Si no entiende el tema, ¿por qué promocionó públicamente un esquema financiero de alto riesgo sin verificar su legalidad?
Si su defensa es que fue un ingenuo, eso lo hace incapaz para gobernar. Y si, por el contrario, entendía los riesgos y aún así participó, su responsabilidad penal es aún más grave. En cualquiera de los dos escenarios, su imagen presidencial queda hecha trizas.
El giro discursivo: de ayudar a las PYMEs a proteger programadores
En otro intento por justificar su error, Milei cambió la narrativa. En entrevistas previas, aseguró que su apoyo a este esquema financiero tenía como objetivo ayudar a las PYMEs en general. Pero frente a Majul, su justificación mutó: ahora dice que la iniciativa estaba destinada a programadores que facturan al exterior y no tienen acceso al crédito.
Este cambio de relato es una muestra clara de que está improvisando. No hay evidencia de que este esquema estuviera diseñado para beneficiar a programadores específicamente. El intento de Milei por reescribir la historia demuestra que ni siquiera él cree en su propia versión de los hechos.
La coartada de la «voluntariedad» y el mercado financiero
Finalmente, Milei intenta librarse de culpa argumentando que los inversionistas sabían a lo que se metían. Con una liviandad alarmante, comparó la operación con un casino y una ruleta rusa, sugiriendo que quienes perdieron dinero en este esquema fueron simplemente «traders de volatilidad».
Este razonamiento es falaz por varias razones:
- No fue un esquema financiero transparente, sino una jugada basada en información privilegiada y promoción estatal encubierta.
- El gobierno no puede legitimar un fraude con el argumento de que la gente debería haber sido más cautelosa. Si se aplicara esta lógica, cualquier estafa piramidal podría justificarse bajo el pretexto de la «libertad de elección».
- La falta de regulación no equivale a la ausencia de fraude. En muchos países, las estafas con criptomonedas han sido perseguidas judicialmente, incluso en mercados desregulados.
Un presidente cercado por su propia trampa
El escándalo CriptoGate ha puesto en jaque a Milei. No es sólo un problema político, sino una posible causa judicial que podría escalar hasta convertirse en el caso de corrupción más importante de su gobierno.
El presidente no es una víctima, ni un espectador, sino un actor central en la operación. Su tuit no fue un error inocente, sino una pieza clave en el andamiaje de un negocio turbio que, sin su aval, no habría prosperado.
Los intentos de Milei por «tirarla a la tribuna» no lo van a salvar. En el fútbol, errar un penal puede costar un campeonato; en la política, errar una jugada así puede costar la presidencia… o la libertad.