Editorial | Perico, junio de 2025
La Argentina atraviesa un punto de inflexión histórico. Ayer, con la confirmación de la sentencia judicial que pone bajo arresto domiciliario a Cristina Fernández de Kirchner, no se consumó simplemente un fallo judicial: se abrió un nuevo capítulo en la disputa real por el poder. La imagen de una líder cercada por una Justicia colonizada por intereses económicos y blindada por la impunidad de un establishment mediático y financiero, desató el estallido emocional y político más contundente desde el 17 de octubre de 1945. Medio millón de personas en la calle no defendían un nombre: defendían un proyecto, una identidad, una memoria de país con derechos y esperanza.
Cristina no está derrotada. Está detenida, sí, pero no vencida. Y eso lo entendió cada rostro que inundó las plazas del país, desde la Puna profunda hasta el conurbano rebelde. Su voz, frágil pero firme, recordó que la fuerza del peronismo nunca residió en los despachos sino en las calles, en la conciencia popular. «Tenemos pueblo, tenemos memoria, tenemos patria», dijo. Y al decirlo, selló una consigna de hierro: hay que disputar el poder, hay que ganar las elecciones, hay que evitar que el modelo de Milei y sus socios siga haciendo daño.
Cristina hoy tiene el poder que no se negocia: el de la legitimidad popular. El que viene del sacrificio, de los años de gestión, de las heridas abiertas por la proscripción y los intentos de disciplinamiento. En la Plaza, el “vamos a volver” dejó de ser un mantra nostálgico para convertirse en una promesa tangible. La calle habló. Y dejó en claro que si el peronismo sabe leer este momento con inteligencia estratégica, humildad y generosidad, puede volver al gobierno en octubre.
El nuevo 17 de octubre
La persecución judicial contra Cristina fue pensada como una estocada final. Pero se convirtió en un acto fundacional. Ayer no se vio decadencia, se vio potencia. No se respiró derrota, se respiró destino. El aparato de poder que quiso sacarla del juego puso en marcha el reloj de una nueva unidad. En cada gremio, en cada movimiento social, en cada madre que alzó su pañuelo, en cada jubilado que gritó con la garganta seca, quedó claro que el límite ya fue cruzado.
Cristina no necesita ser candidata para ordenar el mapa político. Ya lo hizo. Hoy, su detención coloca al peronismo frente a un espejo y a una elección. Puede repetir los errores del Frente de Todos, puede enfrascase en internas y listas vacías, o puede, como ella propuso, volverse “más sabio”, aprender del dolor y construir una victoria.
Porque esta vez no se trata solo de ganar una elección. Se trata de frenar la destrucción sistemática del tejido social argentino. Se trata de ponerle un freno a un proyecto de país que nos condena al hambre, al endeudamiento eterno y al individualismo como política de Estado.
Cristina como símbolo, el pueblo como sujeto
La condena a Cristina deslegitima aún más un sistema judicial blindado para los poderosos. Mientras ella enfrenta la prisión, Mauricio Macri viaja por el mundo haciendo negocios y acumulando impunidad. Este doble estándar no solo profundiza la crisis de representatividad: acelera el descrédito del sistema democrático. Cristina lo sabe. Por eso su mensaje fue tan claro: no hay salvación individual, solo colectiva. Y esa construcción colectiva empieza con un nuevo pacto político entre quienes sufren y quienes luchan.
El desafío es transformar la mística en programa. El fervor en organización. La indignación en propuesta. La memoria en futuro. Y esa responsabilidad no recae solo en Cristina, sino en todo el campo popular. Porque si ayer ella devolvió la esperanza, ahora le toca al peronismo devolverle al pueblo un horizonte.
Octubre es posible, si hay grandeza
Las condiciones están. Cristina reordenó el tablero. La calle volvió a vibrar. La sociedad empieza a despertar del sueño punitivo que vendió la antipolítica. Ahora es el turno del peronismo: sentarse, dejar egos, armar una propuesta común y enfrentar a Milei y sus socios con un proyecto de país humano, productivo y justo.
La historia puede torcerse. Octubre puede ser el final de esta pesadilla o su profundización. Todo dependerá de si el peronismo se atreve a ser lo que fue: el movimiento que devolvió dignidad, que abrazó a los últimos y que cuando todo estaba perdido, supo volver. Y volveremos, sí. Pero no para lo mismo. Volveremos para empezar de nuevo, más sabios, más fuertes, más nuestros.