CUANDO EL EXPRESO TOCÓ EL CIELO CON LAS MANOS: EL LEGADO ETERNO DE GUSTAVO LARRAUX

CUANDO EL EXPRESO TOCÓ EL CIELO CON LAS MANOS: EL LEGADO ETERNO DE GUSTAVO LARRAUX

En Argentina, el año 2002 era un campo de batalla. El país se desmoronaba bajo el peso de la peor crisis económica de su historia. Bancos cerrados, saqueos, desempleo, un gobierno frágil intentando sostenerse en un mar de incertidumbre. Las familias sobrevivían como podían, y en ese caos, el fútbol, más que nunca, era el último refugio para los sueños de un pueblo golpeado.

Pero en Perico, un grupo de hombres desafiaba la lógica, el destino y hasta la desesperanza misma. Gustavo Larraux y el Payo Bartoletti encabezaban una dirigencia que no tenía más armas que la pasión, la fe y una voluntad inquebrantable. Eran tiempos en los que gestionar un club de fútbol era una empresa suicida, donde cada peso valía oro y donde sacar adelante una campaña deportiva era una odisea comparable a escalar el Everest sin oxígeno.

Pero Talleres de Perico no tenía miedo. No lo tuvo nunca. El Expreso Azul se lanzó a una travesía imposible, un camino que nadie creía posible en medio de la crisis. Américo Cruz, testigo de cada batalla, lo describe con palabras llenas de admiración: «Larraux y el Payo eran los Reyes Magos, porque de algún lado sacaban lo que nadie tenía. Plata, logística, sueños. Talleres era un milagro en tiempos donde nadie creía en milagros.»

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Américo Cruz

«La gesta de 2002 no fue un golpe de suerte ni una ráfaga de inspiración. Fue una campaña titánica, en la que el Expreso tuvo que atravesar cinco fases de grupos infernales, enfrentándose a equipos con más recursos, con más nombres, con más facilidades. Pero nadie tenía más corazón que Talleres. Nadie tenía más hambre de gloria».

«Y así, paso a paso, batalla tras batalla, Talleres llegó al partido que marcaría su destino. El 9 de junio de 2002, en Santiago del Estero, el Expreso Azul se plantó en la final del Torneo Argentino B frente a San Cristóbal de Santa Fe. La tensión era insoportable, cada pelota dividida era una guerra, cada segundo, un puñal en el pecho».

«Hasta que apareció Hugo Mora, el hombre del destino. Su gol de oro desató la locura. Talleres fue campeón. Talleres tocó el cielo con las manos. La vuelta olímpica en la cancha de Central Córdoba de Santiago del Estero fue el grito de un pueblo que, por un instante, olvidó la crisis, el hambre y el dolor«.

«Y ahí estaba Gustavo Larraux, en el centro de la historia, con la mirada de quien sabe que ha logrado lo imposible. La gloria duró lo que duran los sueños más hermosos. Mantenerse en la cima es más difícil que alcanzarla, y Talleres lo supo en carne propia. Larraux se alejó cuando el desgaste y la lucha contra las sombras del fútbol lo vencieron, pero su legado quedó marcado a fuego».

«Hoy, Perico llora su partida, pero también lo celebra. Porque no todos los hombres logran convertir un sueño en eternidad. Gustavo Larraux lo hizo«, recordó Américo Cruz.

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