Cuando la protesta es delito, el silencio es traición

Cuando la protesta es delito, el silencio es traición

En tiempos donde el dolor del pueblo se multiplica y las garantías constitucionales son dinamitadas por decretos de excepción, emergen voces que no eligen el confort de la neutralidad ni el silencio cómplice. Una de ellas, clara, decidida y sin maquillaje electoral, es la de Carlos De Aparici, dirigente del peronismo jujeño, que hoy interpela con fuego al alma misma del movimiento obrero, a la CGT local y a los líderes radicales que se esconden entre comités y comunicados tibios mientras el pueblo trabajador es arrojado a la intemperie.

El DNU 340/25 del gobierno de Javier Milei representa un salto hacia el abismo institucional. Limitar en los hechos el derecho a huelga, es decir, prohibirle al soberano protestar, significa avanzar sobre el corazón mismo de la democracia, sobre el músculo que mantiene vivo el Estado de Derecho. No hay reforma económica ni “plan motosierra” que justifique semejante aberración jurídica y moral. ¿Dónde están los custodios del orden republicano? ¿Qué dicen ahora los que con lágrimas hablaban de república cuando les tocaban el poder?

De Aparici no especula. No duerme el sueño de los burócratas satisfechos. Salió a la calle, denunció el DNU en redes y se plantó, aun cuando las urnas se acaban de cerrar. Su prédica, más que una consigna, es una bengala lanzada al firmamento jujeño, esperando que alguna dirigencia, alguna conciencia, reaccione. Porque callar frente a este atropello no es neutralidad, es traición de clase.

Frente a esto, la CGT Jujuy apenas prepara “un enérgico comunicado”, como si el derecho a huelga pudiera ser defendido con papeles fríos mientras los trabajadores pierden hasta el derecho a existir políticamente. El radicalismo, ese que alguna vez caminó con Alfonsín por las calles de la dignidad democrática, hoy elige mirar hacia otro lado, tolerando la represión y los despidos con tal de no perder privilegios de ocasión.

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En esta hora oscura, reivindicar el paro general no es una opción ideológica: es una obligación ética y constitucional. El peronismo, el cristianismo social, la izquierda popular, los movimientos libertarios con corazón humano y todo partido que aún se reclame democrático debe levantar la voz y frenar este intento de regresión autoritaria. Porque cuando el pueblo no puede decir “basta”, cuando se le quita incluso el derecho a decir “no”, lo que nace no es orden, es tiranía.

Carlos De Aparici marca el rumbo, no desde una calculadora electoral, sino desde una tradición política que nació al calor de las huelgas, de las luchas obreras y de la justicia social. Su gesto no es testimonial: es una advertencia, un llamado, una chispa para incendiar la conciencia colectiva. Y si esa bengala que lanzó no es observada por los dirigentes, entonces será el pueblo quien la recoja, la multiplique y la transforme en bandera.

Basta de ajuste. Basta de despidos. Basta de represión. Y sobre todo: basta de silencios.

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