De un León a Le León: la homilía que despertó a la Argentina dormida

De un León a Le León: la homilía que despertó a la Argentina dormida

El arzobispo Jorge García Cuerva lanzó un mensaje que sacudió el alma de la Nación, cruzó el espejo del poder y le devolvió a Javier Milei, autodenominado “León”, una respuesta inesperada: la del Pastor que ve, siente y habla desde las heridas del pueblo.

25 de mayo de 2025. Día patrio. Te Deum en la Catedral Metropolitana. Silencio reverente. Y una homilía que fue, sin vueltas, una cachetada celestial a la soberbia libertaria, una bocanada de verdad en medio del ruido de redes, un grito de evangelio que se tornó sentencia política y social.

El mensaje de Monseñor Jorge García Cuerva no fue un mero sermón litúrgico. Fue un acto de coraje. Con la palabra como bisturí, abrió las venas de la Argentina herida: una patria desangrada por la exclusión, la mentira, la fragmentación y el odio, que hoy más que nunca clama por pan, por justicia, por respeto, por humanidad. El arzobispo —hijo de las villas, pastor de los márgenes— no le habló al altar del poder, sino desde el altar del dolor, ese que se acumula en la calle, en los comedores, en las jubilaciones de miseria y en los silencios resignados de los que ya no creen.

“Argentina también sangra”, dijo, como quien pronuncia un parte de guerra. Porque sangra en los barrios donde el narco reemplazó al Estado, sangra en la dignidad rota de los jubilados, sangra en las madres desesperadas, sangra en los jóvenes empujados al abismo. Y el silencio del gobierno es complicidad. La motosierra no corta privilegios; mutila derechos.

En ese escenario, la figura de Milei como el “león libertario” se deshizo como cartón mojado ante el rugido moral de un verdadero León: el heredero de una Iglesia que se arrodilla ante los pobres y no ante los poderosos. Si el presidente gritó en campaña “¡Viva la libertad, carajo!”, hoy el púlpito respondió: “¡Basta de arrastrarnos en el barro del odio, carajo!”

Porque el Evangelio no fue solo un texto. Fue espejo. García Cuerva lo puso frente al rostro del poder y mostró las heridas: las de un pueblo traicionado por promesas incumplidas, planes de ajuste sin alma, redes sociales envenenadas de odio, y un discurso oficial que solo alimenta el desprecio por los caídos.

“Nos hemos acostumbrado a comer el pan duro de la desinformación, el pan viejo de la indiferencia y el pan agrietado por el odio”, sentenció. Pan sin sabor, pan sin sentido. ¿Acaso no es esa la dieta simbólica que Milei impone con sus editoriales desde el atril? ¿No es esa su receta para “curar” la Argentina?

Pero el pastor no se quedó en la denuncia. Como un nuevo profeta en la grieta, invitó a levantar la mirada, a tomarnos de la mano y volver a creer. Nos recordó que no estamos muertos, apenas dormidos por la indiferencia. Y como Jesús a la niña postrada, exclamó: “Argentina, yo te lo ordeno: ¡Levantate!”.

¿Lo habrá escuchado el presidente? ¿Habrá sentido el llamado a salir del encierro de sus teorías austríacas y caminar entre la carne viva del país real? ¿O seguirá refugiado en su burbuja de likes, dólares y desdén?

Lo cierto es que la homilía del 25 de mayo ya hizo historia. Porque no se trató solo de un mensaje eclesial: fue una intervención política desde lo espiritual, una denuncia con nombre y apellido, aunque sin necesidad de mencionarlo. Un mensaje con destino directo: de un León (el Papa León XIV, citado con firmeza) al otro león, el que ruge desde Balcarce 50 con odio en vez de amor, con gritos en lugar de gestos, con teorías en vez de humanidad.

“El que tengo a mi lado no es un enemigo a vencer, sino un hermano con quien caminar.” Palabras que duelen cuando se gobierna a fuerza de insulto y desprecio.

Desde la cúpula de la Catedral, no bajó un sermón: descendió un relámpago. Una advertencia. Un llamado a la conciencia nacional. Porque si el gobierno de Milei apostó todo a la división y al ajuste despiadado, la Iglesia le respondió desde su raíz: con compasión, memoria, dignidad y pueblo.

Es tiempo de elegir: seguir alimentando la guerra de todos contra todos o reconstruir una nación desde el encuentro y la ternura. No hay neutralidad posible.

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