La historia de la Argentina no puede comprenderse sin el sacrificio de los pueblos del norte. El Éxodo Jujeño, aquella gesta inmortal de 1812 en la que un pueblo entero abandonó su tierra, sus casas y sus cosechas, no fue solo un acto de resistencia, fue la decisión de blindar la puerta norte del país naciente. Jujuy y sus hombres y mujeres entendieron que había momentos en que la dignidad exigía renunciar al presente para conquistar un futuro común. Allí, en ese desarraigo voluntario, se selló la idea de patria.
Hoy, más de dos siglos después, la historia nos obliga a repensar la relación entre las provincias y la Nación. Si en 1812 el sacrificio fue marchar hacia atrás para abrir paso a la libertad, en 2025 el desafío es avanzar hacia adelante recuperando las autonomías provinciales, porque lo que ayer fue la defensa del territorio, hoy es la defensa de la soberanía fiscal, productiva y cultural.
No es casual que en las elecciones que se avecinan surja un espacio político que se nombra a sí mismo “Provincias Unidas”. Esa denominación no es un gesto romántico, sino la señal de que el debate histórico vuelve al presente: la Nación como poder central erosiona a diario las autonomías, concentra recursos, condiciona presupuestos y sofoca la capacidad de las provincias de diseñar su propio destino. Sin embargo este espacio es solo una declamación, ya que sofoca a sus propias intendencias; sin embargo en Jujuy hay otro espacio politico más conectado con la tierra, que avanza hacia un federalismo auténtico.
Pero conviene recordarlo: las provincias existían antes que la Nación. La Constitución no creó a las provincias, ellas delegaron soberanía en un gobierno común con un límite claro: jamás perder su carácter de institutos jurídicos autónomos. Esa preexistencia es más que un detalle histórico, es el cimiento de un federalismo real que hoy está en riesgo.
El jujeño lo sabe: sin autonomía no hay futuro. Sin un modelo federal auténtico, el norte se vacía, el trabajo se precariza y la juventud emigra hacia centros que concentran riqueza y oportunidades. La Nación centralista promete integración, pero ofrece dependencia.
Por eso, si el Éxodo Jujeño fue el sacrificio heroico para proteger la libertad, el éxodo del siglo XXI debe ser inverso: del centralismo al federalismo, del sometimiento a la emancipación provincial, de la resignación a la construcción de un destino común que garantice trabajo digno, un techo para cada familia, salud accesible y la posibilidad de realizarse en la tierra propia.
Jujuy, tierra que supo defender la frontera de la patria, hoy debe volver a dar la voz de alerta: la única sustentabilidad posible es la de las provincias que se plantan de pie y reclaman el lugar que les corresponde en el concierto nacional.
Porque cuando los pueblos entienden que su fuerza está en la unidad y su dignidad en la autonomía, la historia cambia de rumbo. Y hoy, como en 1812, el rumbo de la Argentina puede empezar en Jujuy.