Del “impuesto es robo” al sablazo del FMI: Milei condena a los monotributistas y entrega la llave de la economía a Washington

Del “impuesto es robo” al sablazo del FMI: Milei condena a los monotributistas y entrega la llave de la economía a Washington

La posible eliminación del monotributo y el aumento brutal de la carga fiscal sobre casi tres millones de contribuyentes ya no es un “rumor de pasillo”. Es parte de los compromisos que el gobierno de Javier Milei asumió con el Fondo Monetario Internacional: así lo recordó el diputado Guillermo Michel, citando el propio Staff Report del organismo, donde figura el pedido explícito de “borrar” el régimen simplificado y empujar a los pequeños contribuyentes al régimen general, más caro y complejo, para recaudar más.

En paralelo, distintos portales especializados describen el plan oficial: trasladar a los monotributistas a un esquema de autónomos, con cuotas que podrían duplicarse, más Ganancias y una batería de obligaciones administrativas que hoy no existen, en un contexto de recesión, consumo desplomado y cierre de comercios. No es una reforma tributaria: es un castigo directo al eslabón más frágil del sector privado argentino.

La traición política es flagrante. Milei construyó su carrera mediática repitiendo que “los impuestos son un robo” y prometiendo que se cortaría un brazo antes de aumentarlos. Hoy su ministro de Economía discute con el FMI la manera de exprimir aún más a monotributistas que facturan apenas lo justo para sobrevivir. Lo que se presenta como “modernización” es, en los hechos, un impuestazo recesivo sobre comerciantes, profesionales, cuentapropistas, repartidores, freelancers y microemprendedores.

El monotributo nació como una herramienta virtuosa: simplifica, unifica impuestos y aportes, facilita la formalización y permite que millones de personas tengan un pie dentro del sistema sin morir ahogados en trámites y estudio contable. Desarmar ese puente en medio de una recesión profunda equivale a dinamitar la pasarela mientras la gente la está cruzando: el resultado obvio es que muchos caerán a la informalidad o directamente a la exclusión.

El FMI hace décadas que presiona para achicar regímenes simplificados y ampliar la base del régimen general, porque su obsesión es una sola: que el Estado recaude más para garantizar el pago de la deuda. El problema no es nuevo; lo escandaloso es que un gobierno que se vendió como paladín del “liberalismo” acepte sin chistar ese libreto, trasladando el costo a los que menos espalda tienen. El mensaje es brutal: si sos pequeño contribuyente o emprendedor, sos variable de ajuste; si sos gran exportador o jugador financiero, sos socio preferencial.

Desde el punto de vista económico, la medida es un despropósito. La actividad está fría, el consumo interno no levanta y la destrucción de empleo es un hecho reconocido incluso por medios afines al gobierno. Aumentar de golpe los costos de estar en blanco para millones de monotributistas sólo puede tener dos efectos: o cierran y se hunden, o se pasan a la informalidad para sobrevivir. Cualquiera de las dos alternativas debilita aún más la base tributaria futura y erosiona la cultura de cumplimiento que tanto dice defender el oficialismo.

  El gobierno está desesperado: va por el monotributista para tapar el agujero de un modelo que no funciona.

Pero además es un atentado directo al espíritu emprendedor que el propio Milei dice querer potenciar. El monotributo fue, para muchos, la puerta de entrada para animarse a abrir un local, montar un estudio chico, ofrecer servicios por cuenta propia o dejar un trabajo precario para convertirse en proveedor formal. Encarnar esa apuesta exige riesgo, inversión y confianza mínima en las reglas de juego. Cambiar esas reglas a mitad de camino, por exigencia de un organismo multilateral, es decirle a toda una generación de emprendedores: “se equivocaron en confiar”.

La contradicción ideológica es obscena. Un gobierno que se autoproclama libertario se arrodilla ante el FMI para multiplicar impuestos sobre individuos y pequeñas unidades productivas, mientras baja cargas patronales a futuras contrataciones empresarias y anuncia acuerdos comerciales que nadie conoce en detalle. El resultado es un esquema cada vez más regresivo: menos Estado para proteger, más Estado para cobrar donde es más fácil, nunca donde duele a los verdaderos poderes concentrados.

El papel del ministro de Economía termina siendo el de un delegado prolijo de los intereses externos. Cuando las prioridades tributarias se discuten antes en Washington que en el Congreso, cuando la hoja de ruta descansa en un Staff Report del Fondo y no en un debate federal sobre desarrollo, lo que se consagra es la pérdida de soberanía económica. La foto es elocuente: un ministro explicando en Buenos Aires lo que ya fue decidido afuera, y millones de monotributistas mirando cómo su futuro se negocia en otra lengua y en otra capital.

Lo que está en juego va mucho más allá de un régimen impositivo. Es el modelo de país. Un modelo donde el pequeño y mediano contribuyente es visto como “ganador” al que hay que sacarle más, mientras se sigue apostando a sectores de baja intensidad de empleo y alta rentabilidad externa. Un modelo donde el discurso de libertad de mercado convive con una dependencia cada vez más humillante de los organismos de crédito y de la diplomacia económica norteamericana.

Por todo esto, la discusión sobre el monotributo no puede quedar encapsulada en tecnicismos. Es un tema político, social y cultural. Si la Argentina decide que su camino es ajustar sobre los que la pelean con una notebook, una camioneta de reparto o un pequeño local en la esquina, está renunciando a cualquier proyecto serio de desarrollo basado en el talento, la innovación y el trabajo propio. Y si además lo hace obedeciendo órdenes externas, la traición al mandato popular es doble.

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La sociedad, los colegios profesionales, las cámaras de comercio, las organizaciones de freelancers y emprendedores tienen la obligación de alzar la voz ahora. No es una defensa corporativa: es la defensa de la idea misma de que en este país vale la pena hacer las cosas bien. Si ser formal, pagar y cumplir se convierte en un lujo para pocos, la verdadera “bomba” no será fiscal, será social. Y cuando explote, no habrá FMI que pague los costos de una ciudadanía harta de promesas rotas y de dirigentes que confunden gobernar con obedecer.

¿Desde que asumió Javier Milei, ¿tu situación económica personal?

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