La palabra como arma: cuando el insulto se vuelve política de Estado
Argentina transita uno de los momentos más sombríos de su democracia reciente. No por un golpe militar ni por una crisis económica terminal —aunque estas también acechan—, sino por la degradación sistemática del discurso público desde el propio vértice del poder. Javier Milei, presidente electo en nombre de la «libertad», ha transformado sus intervenciones en una máquina de odio. En apenas 48 horas, llamó «burro eunuco» a un gobernador, “parásitos mentales” a los opositores, “ratas inmundas” a sus excompañeros, y se jactó de su “crueldad” con empleados públicos. Lo que podría parecer una simple catarsis populista es, en verdad, una estrategia corrosiva que dinamita la convivencia democrática.
¿Humor o doctrina? El monigote que grita lo que los poderosos no se atreven
Detrás del show hay una lógica: Milei no es solo un presidente con problemas de temperamento. Es el vocero brutal de un proyecto de acumulación de poder que necesita destruir al otro para imponer su programa sin consenso. En su retórica no hay adversarios legítimos, solo “cucas”, “zurditos”, “parásitos” o “estatistas” que deben ser derrotados, humillados o encarcelados. Se burla de los derechos laborales, ningunea las garantías democráticas y legitima el uso del Estado como campo de batalla. Pero lo más grave es que todo eso es aplaudido por empresarios y medios que, mientras se enriquecen con las políticas de ajuste, toleran —o promueven— este discurso porque «la economía marcha».
Saint washing y el nuevo pudor: cuando hasta los moderados maquillan la locura
Los analistas más serios caen en una trampa que la escritora Siri Hustvedt llamó “saint washing”: moderan el discurso de los líderes autoritarios para que parezca más cuerdo. Le sacan filo a los insultos, los transforman en “frases polémicas”, los desdramatizan como “formas” o “estilo”. Pero esa operación mediática, que se presenta como prudencia, en realidad legitima lo intolerable. Si Milei llama “ratas inmundas” a los opositores y eso no se replica por obsceno, ¿cómo señalamos el límite? ¿Dónde ubicamos la frontera entre la democracia y el abuso de poder?
De la risa al riesgo: el bufón está en el centro del poder
Milei repite su repertorio como un músico viejo que sigue tocando los mismos acordes para su público de nicho. Pero ya no está en un teatro marginal de economistas virales. Está en el despacho presidencial. Sus insultos, sus arengas, sus amenazas, se transforman en señales institucionales. Si él desprecia al Estado, ¿qué puede esperar un empleado público despedido? Si él alienta el odio, ¿qué freno tendrán los violentos en la calle? El lenguaje no es inocente: configura realidades, habilita acciones, consolida climas sociales. Y el clima que propone Milei es una tormenta perfecta.
El espejo de la historia: cuando la violencia se normaliza, siempre vuelve
El riesgo más profundo no es que Milei desate violencia hoy, sino que naturalice una forma de gobernar sin respeto, sin límites y sin ley. Como advirtió Juan Grabois, lo que hoy se hace desde la ultraderecha, mañana puede hacerlo un sector opuesto con idéntico salvajismo. La degradación del discurso presidencial no es solo un problema estético: es un golpe a la cultura política construida en democracia. Cuando el presidente es un matón de micrófono, la palabra oficial pierde valor, y la violencia se vuelve método.
La responsabilidad de quienes lo sostienen
La ultraderecha se sostiene con dinero, redes y blindaje mediático. Pero también con la complicidad de quienes dicen no compartir «las formas» y sin embargo las toleran por conveniencia. Empresarios, jueces, periodistas, dirigentes que prefieren un insulto brutal con dólar bajo a una convivencia tensa con justicia social. A ellos también les cabe una advertencia: el modelo Milei puede devorarlos. No hay lugar seguro cuando se enciende el fuego del odio desde el poder.
Convivencia o barbarie: el dilema argentino
Argentina necesita una convivencia básica para enfrentar sus desafíos: económicos, institucionales, sociales. Pero Milei ha elegido otro camino: el del grito, la humillación y el conflicto permanente. No hay país posible sobre los escombros del respeto mutuo. Lo que hoy parece show puede mañana ser tragedia. Aún estamos a tiempo de decir basta. No al estilo Milei. No a la barbarie disfrazada de rebeldía.