Estados Unidos avanza con redadas migratorias más agresivas y deportaciones masivas, mientras muchos migrantes latinoamericanos aceleran el envío de remesas como medida de protección ante el temor de ser expulsados. Esa contracción forzada tiene un contraste dramático: lo que ahora se ve como un “boom de remesas” es, en buena medida, una estrategia de supervivencia. Pero esa corriente de capital podría revertirse abruptamente cuando las deportaciones efectivas cobren vigencia.
Según un informe reciente, América Latina está en camino de recibir USD 161.000 millones en remesas este año, un crecimiento estimado del 8 % frente a 2024. (Bloomberg Línea) Muchos migrantes, ante el temor de perder su situación legal, prefieren asegurar los fondos en sus países de origen lo antes posible.
Pero este fenómeno tiene un límite peligroso. Si las deportaciones se intensifican y las comunidades migrantes pierden la estabilidad laboral o el acceso a servicios legales, las remesas sufrirán un abrupto descenso. Y para muchas economías latinoamericanas, eso implica una señal de alarma: las remesas no son simplemente un apoyo familiar, sino un pilar estructural de estabilidad económica.
Un juego perverso: la remesa como escudo, el Estado extranjero como amenaza
El escenario actual se presta para un doble riesgo:
- Que el migrante envíe todos sus ahorros antes de cualquier posible expulsión, vaciando su capacidad de reinversión en el país receptor.
- Que al ser deportado o perder empleo en EE. UU., simplemente no pueda seguir generando para enviar remesas.
Ese giro puede transformar el “boom” en implosión. Lo que hoy es alivio para muchas familias mañana puede convertirse en sequía de ingresos.
Erosión estructural: cuando la remesa deja de ser colchón
Durante décadas, las remesas han sido un colchón que permitió suavizar crisis económicas, estabilizar consumo y sostener niveles de vida básicos en muchos hogares latinoamericanos. Pero nunca estuvieron diseñadas para soportar una crisis migratoria masiva.
Si el flujo remesero se quiebra —por deportaciones masivas o pérdida de empleo en EE. UU.— las manifestaciones sociales serán inmediatas: caída del consumo, presión sobre el empleo local, deterioro de divisas en economías pequeñas y aumento del endeudamiento.
La política migratoria externa y su efecto dominó
Las decisiones de política migratoria de Estados Unidos no son neutrales para América Latina. Las deportaciones no solo significan retorno forzado, también representan un quiebre en la proyección económica y social de miles de familias. Cuando la policía migratoria captura, detiene o deporta, desmantela cadenas de producción, comercio informal y redes de financiamiento periféricas.
Los migrantes que hoy envían remesas bajo presiones geopolíticas actúan como “ajustadores” postergados: adelantan consumos y envíos para proteger lo poco que han construido, incluso a costa de su propio capital.
Un espejo para economías latinoamericanas
Las naciones receptoras de remesas deben abrir los ojos: aquello que ven como flujo de apoyo podría transformarse en agujero financiero. No basta con celebrar los volúmenes más altos: hay que preguntarse cuánto durará, qué lo sostiene y qué lo amenaza.
Gobiernos locales y nacionales deben anticipar: diversificar fuentes de ingreso, fortalecer empleo interno, reducir dependencia de las remesas y construir mecanismos de contención social capaces de absorber el shock cuando esa corriente de capital se modifique drásticamente.
En definitiva, no estamos ante un “boom” genuino, sino ante una fuga preventiva de capital humano. Las deportaciones sirven como catalizador de una crisis silenciosa que puede desbordarse. Y América Latina no puede permitirse ignorar las señales que vienen del Norte.