En una Argentina que coquetea con el caos como si se tratara de una disciplina olímpica, el Ministerio de Economía anunció lo que algunos en Buenos Aires quisieron vender como un éxito rotundo: la colocación del BONTE 2030 a una tasa de corte del 29,5%. Pero lo que para los mercados internacionales fue una oportunidad de oro para ganar a lo grande, para las provincias fue un tiro en la nuca. Mientras Nación toma deuda a tasas usurarias, las provincias observan cómo sus arcas se vacían con cada recorte de coparticipación, empujadas al ajuste sin herramientas y sin margen de acción.
¿Éxito para quién?
Colocar un bono a una tasa del 29,5% en dólares (como bien interpreta Marcelo Trovato en su diagnóstico económico) es directamente una condena. Equivale a pagar el doble en intereses por cada dólar recibido, una hipoteca del futuro a tasas propias de economías en guerra o colapso. De hecho, el mismo informe indica que este rendimiento es similar a endeudarse al 11% anual en moneda dura, en un contexto global donde los países acceden al financiamiento por debajo del 5%.
La jugada, presentada como un “retorno a los mercados internacionales”, tiene más aroma a desesperación que a estrategia: Argentina no consiguió mejores tasas porque inspiró confianza, sino porque ofreció la sangre de su pueblo como garantía. Es decir, ajuste, motosierra y represión del gasto social.
La inflación: a las buenas o a las malas
“El BCRA no quiere emitir para recomponer reservas. Bajar la inflación por las buenas o por las malas…”, reza otra de las frases clave del informe. ¿Qué significa hacerlo “por las malas”? Simple: recesión. Una recesión inducida, planificada, provocada como forma de quebrar la economía interna para «curar» un síntoma sin atacar la enfermedad. Con salarios pulverizados, consumo en mínimos históricos y el crédito congelado, el plan no es otro que disciplinar la economía por la fuerza.
Las consecuencias están a la vista: caída de la actividad, destrucción de pymes, parálisis en la obra pública y un desempleo que se asoma peligrosamente a los dos dígitos.
Las provincias: los otros condenados
Para que Nación pueda tomar deuda y mostrar “espaldas fiscales”, le recortó a las provincias. A todas. El modelo centralista de Milei/Macri/Caputo se basa en exprimir al interior profundo, desfinanciando salud, educación y seguridad, mientras se presenta en Nueva York como el nuevo mesías de los mercados.
¿Y qué harán los gobernadores? Con la soga al cuello, las opciones son dos: replicar el ajuste brutal a nivel local —cerrar hospitales, echar trabajadores, vender empresas públicas— o salir a buscar financiamiento externo… a tasas similares o peores a las que consiguió el gobierno nacional. La reciente experiencia de provincias como Chubut o La Rioja, que ya emitieron bonos en dólares a más del 12%, marca la tendencia. Jujuy, sin inversiones estructurales desde hace años, es una de las más expuestas: ni el RIGI trajo lo prometido ni el litio alcanza para cubrir el rojo.
El espejismo del mercado
Venderle al mundo un bono a 29,5% es como vender el alma por un puñado de dólares. Argentina no regresó a los mercados por mérito, sino por desesperación. Y las consecuencias ya se sienten: una economía congelada, un Estado nacional ajustando con guadaña y unas provincias que ven cómo sus ingresos se evaporan mientras se les exige mantener la paz social con migajas.
La supuesta “austeridad” es, en realidad, transferencia de recursos: del pueblo a los acreedores; de las provincias al Tesoro; de la economía real al casino financiero. Nada en este esquema promete crecimiento ni sustentabilidad.
¿Qué sigue?
La pregunta ahora no es si el ajuste es sostenible —sabemos que no lo es—, sino cuánto más puede resistir el tejido social y productivo del país. Si la inflación baja será, como alertó Trovato, al costo de una recesión premeditada. Y si el Estado nacional puede pagar su deuda será a costa de dejar caer las provincias. No se trata de teoría económica, se trata de política, de prioridades. Y en este gobierno, el que no paga, no existe.