La euforia postelectoral duró lo que un suspiro. Con la victoria libertaria todavía tibia, el dólar mayorista volvió a rebotar contra el techo de la banda y el mercado olió lo obvio: sin dólar barato subsidiado por intervención externa, la calma era de utilería. Reuters ya había documentado el esquema de “flotación administrada” con bandas de $1.000–$1.400 y la mano visible del Tesoro de EE. UU. comprando pesos; cuando esa mano afloja, el tipo de cambio corre al límite y lo perfora.
Bloomberg describió el mecanismo con crudeza: el Tesoro estadounidense estuvo entrando al mercado paralelo “comprando pesos”, y el oficialismo local vendió futuros y bonos dollar-linked para aplacar tensiones. Eso no estabiliza: patea la pelota y acumula pasivos contingentes. Si los rumores de que Bessent reduce o retira la intervención se consolidan, el precio se sincerará de golpe. Ya estamos viendo la película.
Traducción al llano: el “populismo cambiario con dólares ajenos” tiene vencimiento. El gobierno quemó reservas y vendió futuros para llegar con el dólar planchado a las urnas; ahora, con la banda desbordada, solo quedan dos caminos: 1) más dólares frescos para sostener la trinchera, o 2) tarifazo + devaluación para cerrar la brecha fiscal y cambiaria a los mazazos. El primer camino depende de Washington; el segundo depende de nosotros… y pega en el bolsillo.
La señal ya llegó desde Energía: dolarizar la generación eléctrica y trasladar más costo a usuarios no residenciales y grandes demandantes. En un esquema de despacho marginal, cuando entra la central más cara, todo el sistema se paga a ese precio —en dólares—. En castellano: sube el costo empresario, sube la inflación núcleo, se achican márgenes y el salario real vuelve a caer. Es un ancla “hacia abajo” del consumo y la actividad, no de los precios.
Mientras tanto, el régimen de bandas —presentado como “flotación sucia”— necesita credibilidad y pólvora. Sin pólvora (reservas + intervención externa), las expectativas vuelan: el mercado pricea la próxima devaluación y exige tasa real positiva. Si la tasa no convalida, el dólar es el único hedge. Si convalida, encarece el crédito y la recesión se profundiza. Es la clásica trampa de estabilización incompleta.
La demanda de dólar barato vuelve a crecer por tres motores: (1) cobertura de hogares súper endeudados que ya no aguantan otra licuación; (2) empresas que necesitan importar insumos y cubrir capital de trabajo ante tarifas dolarizadas; (3) arbitrajistas que saben que cada pausa en la intervención es una invitación a testear el techo. Cuando el Banco Central vende futuros y bonos atados al dólar, solo cambia el frente del riesgo: de hoy a mañana.
¿Qué viene? Tres escenarios probables en las próximas semanas:
- Más intervención externa (vía Tesoro de EE. UU. o repo con bancos) y control del tipo de cambio dentro de banda. Gana tiempo, no corrige fundamentos.
- Recalibración de bandas con salto discreto y paquete fiscal (tarifas, gasto, impuestos) para “reflotar” expectativas. Impacto recesivo alto, inflación re-acelerada.
- Mixto: intervención menor + tarifazo + suba de tasas. La versión más verosímil hoy, por la restricción política y de dólares.
Ninguno resuelve el corazón del problema: una economía con costos dolarizados, ingresos en pesos y productividad estancada. Parchear el precio del dólar no sustituye programa. Y sin programa, cada victoria electoral tiene fecha de vencimiento cambiaria.
Qué haría un gobierno que quiera evitar otra corrida:
- Sincerar un cronograma único de bandas y gatillos (cuándo se ajustan y con qué reglas), con publicación diaria de intervenciones;
- Acordar un sendero de tarifas previsible (indexado a costos domésticos medibles, no al dólar lleno) para no matar pymes;
- Bajar el costo financiero real con un esquema de competencia bancaria y garantías de crédito pyme (SOG), a la vez que ordena el fisco por el lado del gasto tributario (regímenes especiales);
- Pasar de control cambiario discrecional a cupos transparentes de importación por subasta, para que el dólar deje de decidirse en un pasillo.
Sin eso, el “día después” ya llegó: dólar en $1.500, tarifas en dólares y expectativas al rojo vivo. No se estabiliza a fuerza de tweets ni de préstamos puente; se estabiliza con reglas, productividad y un ancla fiscal creíble. Si no se entiende, el mercado lo explica a martillazos.
