La expectativa de devaluación ya no se apacigua ni con el respaldo explícito del Tesoro de EE.UU. Desde el anuncio de Scott Bessent, la intervención vía bancos privados habría vendido entre USD 460 y 600 millones —según distintas fuentes— y, aun así, el tipo de cambio oficial volvió a marcar niveles superiores a los previos a la intromisión. El dato desnuda lo esencial: sin ancla creíble, los dólares se esfuman y la expectativa manda.
La contracara de esas ventas es una montaña de pesos “encajada” en el BCRA. Al “comprar pesos” (eufemismo de vender dólares), el Tesoro estadounidense multiplica los pasivos monetarios que luego exigen esterilización a tasas más altas. Es decir: más presión sobre la tasa, más costo cuasifiscal y, paradójicamente, más combustible para la rueda de la desconfianza.
En apenas tres jornadas, los números conocidos hablan de unos USD 459 millones de intervención directa y estimaciones por USD 339 millones entre miércoles y jueves, con otra descarga confirmada por Citi cercana a USD 120 millones. Bessent, además, anticipó operaciones en “contado con liquidación”. Todo ese arsenal financiero no logró quebrar el termómetro: cuando el mercado descuenta salto, “planchar” el dólar es como bajar la fiebre con hielo sin curar la infección.
¿Por qué no funciona? Porque el problema no es (solo) de stock, sino de flujo y credibilidad. Hay recesión profunda, caída de salarios reales, desplome del consumo, derrumbe de la recaudación por desarme impositivo y una balanza de pagos frágil. Sin programa fiscal-monetario consistente y reglas cambiarias claras, cada dólar oficial que aparece es visto como oportunidad de salida, no como señal de estabilidad.
La “bola de pesos” crea un dilema: si se esteriliza, sube el costo financiero y se enfría más la economía; si no se esteriliza, esos pesos buscarán cobertura en bienes y dólares paralelos. La intervención externa, lejos de “tranquilizar”, puede postergar la corrección y encarecerla: se vende barato hoy para convalidar más caro mañana.
¿Y los gobernadores? También están atrapados. Con derrumbe de Ingresos Brutos y coparticipación resentida, y con obras públicas congeladas, la caja provincial depende de transferencias y de la rueda financiera. ¿Tienen plan B? Algunos ensayan bonos de cancelación de deuda, otros piensan en subas tributarias selectivas y recortes; ninguno reemplaza un esquema macro ordenado. La pregunta que flota: ¿defenderán sus economías o alinearán el costo social al guion del ajuste?
¿Existe otro plan? Sí, pero requiere decisiones políticas: (i) ancla fiscal creíble con protección de ingresos (cláusulas de recomposición salarial indexadas a productividad e inflación esperada), (ii) hoja de ruta cambiaria transparente (régimen transitorio con bandas y crawling realista), (iii) priorización de exportaciones con prefinanciación y tipo de cambio efectivo para cadenas regionales, (iv) crédito productivo dirigido y tarifas con sendero plurianual. Es decir: estabilizar con producción, no solo con tijera.
Hasta el 26 de octubre, todo pende del humor social y de la consistencia del relato oficial. Tres escenarios post-electorales:
• Ajuste con ancla financiera (continuista): más intervención externa, más tasa y crawling lento. Probable alivio transitorio, seguida de nueva presión si no mejora el flujo de dólares comerciales. Riesgo: mayor recesión y otra ronda devaluatoria.
• Corrección cambiaria ordenada (mixto): salto una vez y bandas con acuerdos de precios-salarios sectoriales, recomposición de haberes bajos y plan de exportación acelerada. Duele al principio, pero mejora expectativas si hay consenso político.
• Giro productivo con pacto federal (alternativo): esquema fiscal contracíclico focalizado en empleo y pymes, segmentación de tarifas, tipo de cambio competitivo y programa de inversión público-privada. Requiere acuerdos con gobernadores y Congreso; mejora el horizonte a 6–12 meses.
Augurios: sin credibilidad y coordinación política, la intervención del Tesoro seguirá siendo tirar dólares al fuego. Con programa y pacto federal, incluso un stock menor rinde más. El 26 no resuelve la macro, pero define el guion: o se duplica la apuesta al placebo cambiario, o se abre una fase de estabilización con empleo, salarios y producción en el centro. El mercado ya eligió escepticismo; ahora le toca decidir a la política.