En la Argentina de Milei y Caputo, la economía respira con asistencia mecánica. El reciente fallo favorable en el juicio por YPF trajo un breve soplo de alivio que el gobierno convirtió en un movimiento técnico: subir la tasa fuertemente para revertir el salto del dólar. La medida tuvo éxito inmediato. El BCRA logró captar pesos, achicar la presión cambiaria y detener —momentáneamente— la corrida. Pero detrás del efecto anestesia queda intacto el dilema estructural: ¿es esto un plan de estabilización real o apenas otra gambeta para ganar tiempo?
Las tasas actúan como trinchera monetaria. Los ADR en Wall Street rebotan, el dólar cede y los mercados —adictos a señales mínimas— aplauden. Sin embargo, esa escena no representa a los 47 millones de argentinos que caminan sobre salarios congelados, tarifas dolarizadas y crédito inexistente. El ajuste fiscal avanza como motosierra pero sin la épica de un nuevo contrato social. Las arcas del Banco Central suman algo de oxígeno, sí, pero la calle sigue ahogada.
No volver, no avanzar
Desde la oposición se sostiene una crítica que no termina de madurar: ni el kirchnerismo ni la “avenida del medio” han logrado ofrecer una contranarrativa potente. Mientras Milei concentra el fuego con su cruzada libertaria, el resto del tablero político sigue rindiendo examen. El problema no es solo conceptual, sino discursivo: no basta con señalar los errores libertarios si no se construye una idea de futuro viable y atractiva.
El peronismo, por ejemplo, se enfrenta a su mayor contradicción: defender un Estado sin haberlo modernizado. Y del otro lado, el mileísmo insiste con una utopía de mercado sin red, que ya muestra sus límites: inflación reprimida por recesión brutal, consumo desplomado y un país que no invierte porque no tiene horizonte.
Una Argentina en búsqueda de relato
El dólar dejó de ser simplemente una divisa: es el termómetro emocional de una sociedad que no confía. El éxito momentáneo en los mercados financieros no resuelve el drama real: sin dólares genuinos, sin inversión productiva, sin empleo digno, la paz cambiaria no significa nada. Milei y Caputo ganaron tiempo, no credibilidad. Y la oposición aún no encontró el lenguaje para disputarle el relato.
La política argentina no necesita un plan milagroso, necesita ideas claras y un nuevo sujeto histórico. El problema no es el déficit o la emisión, es el vacío de proyecto. Por ahora, el gobierno pilotea con aire prestado y oposición sin brújula.