Redacción Perico Noticias // La revelación de que Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, mantiene su interés en la adquisición de Groenlandia ha generado un nuevo debate global. “He oído que la gente de Groenlandia es MAGA”, comentó irónicamente en referencia a su lema «Make America Great Again», dando señales de que su interés va más allá de lo económico y apunta a una estrategia geopolítica de largo alcance.
Groenlandia: un objetivo estratégico
Groenlandia, la isla más grande del mundo, posee una ubicación estratégica en el Ártico, una región rica en recursos naturales como petróleo, gas y minerales raros, además de ser clave para las rutas marítimas emergentes por el deshielo polar. Para Estados Unidos, controlar Groenlandia significa garantizar una posición dominante en el Ártico, en un contexto de creciente competencia con Rusia y China.
El interés de Trump en Groenlandia no es nuevo. En 2019, durante su primer mandato, el expresidente expresó abiertamente su deseo de comprar la isla, generando un rechazo rotundo por parte de Dinamarca, país del cual Groenlandia es un territorio autónomo. Sin embargo, su insistencia en el tema sugiere que ve en Groenlandia no solo un recurso estratégico, sino también una pieza clave para fortalecer el poderío estadounidense en un mundo multipolar.
Un patrón histórico: Alaska, Panamá y más
El interés de Trump en Groenlandia tiene precedentes en la historia expansionista de Estados Unidos:
- La compra de Alaska (1867):
En un movimiento similar, Estados Unidos adquirió Alaska de Rusia por 7,2 millones de dólares. Aunque inicialmente considerada un desperdicio, Alaska se convirtió en una fuente crucial de petróleo, gas y minerales estratégicos. - El Canal de Panamá (1904):
Estados Unidos negoció con Colombia y posteriormente respaldó la independencia de Panamá para asegurar el control del canal, una obra clave para el comercio global y la movilidad militar estadounidense. Este acto consolidó la influencia de EE. UU. en América Latina. - Relación con México:
Históricamente, Estados Unidos ha buscado mantener a México «en la casilla», controlando su influencia y estabilidad. Desde la anexión de Texas hasta el Tratado de Libre Comercio (NAFTA), México ha sido un campo de batalla económico y político para Estados Unidos. - Venezuela:
El interés estadounidense en Venezuela no es solo por sus reservas petroleras, sino por mantener la influencia geopolítica en una región donde actores como China y Rusia han ganado terreno.
El contexto actual: una lucha por el Ártico
El Ártico se ha convertido en una región codiciada por las potencias globales. Rusia ya ha militarizado partes de su territorio ártico, mientras que China se autodenomina «estado cercano al Ártico» para justificar su presencia en la región. En este contexto, Groenlandia se convierte en un activo indispensable para Estados Unidos.
El control de la isla no solo fortalecería la seguridad nacional de Estados Unidos, sino que también garantizaría acceso a recursos clave como minerales raros, fundamentales para la tecnología militar y las energías renovables.
¿Un movimiento visionario o una fantasía impracticable?
La propuesta de Trump de comprar Groenlandia podría parecer descabellada, pero refleja una estrategia geopolítica calculada. Como lo hicieron presidentes anteriores con Alaska y Panamá, Trump busca posicionar a Estados Unidos como líder indiscutible en una región clave para el futuro del comercio y la seguridad global.
Sin embargo, este interés también plantea preguntas éticas y políticas. ¿Cómo reaccionarán Dinamarca y la comunidad internacional a este intento de adquisición? ¿Es Groenlandia solo el inicio de una nueva era de expansionismo estadounidense en un mundo multipolar?
Un legado de ambición geopolítica
El intento de Donald Trump por comprar Groenlandia se inscribe en una larga tradición de expansión territorial estadounidense. Ya sea a través de compras, tratados o intervenciones, Estados Unidos ha demostrado una y otra vez su capacidad para moldear el orden global en función de sus intereses estratégicos. Groenlandia no es solo una isla: es una puerta de entrada al futuro geopolítico del Ártico y una prueba de que, incluso en el siglo XXI, el juego de poder territorial sigue vigente.