Este 11 de mayo, Jujuy celebra elecciones legislativas. Un evvento que debería evocar civismo, compromiso y esperanza. Pero hoy, no despierta más que apatía, desconexión e incluso enojo. Nadie se anima a decirlo en voz alta, mucho menos los medios, pero la democracia jujeña llega a esta cita en estado de fatiga colectiva. Como sucedió en Santa Fe, el ausentismo amenaza con ser el gran protagonista. Y esta vez no por comodidad: por hartazgo. Por decepción. Por agotamiento existencial.
Un electorado que no espera nada
El ciudadano jujeño sabe que tiene que ir a votar. Pero una porción creciente no quiere hacerlo. Lo siente como un trámite inútil, una formalidad vacía. La crisis ha dejado algo más que inflación: ha evaporado la fe en la política como herramienta de transformación. Ya no se trata de elegir entre el mal menor o el bien posible. Se trata de no querer elegir a nadie. De no creerle a nadie. De no esperar nada.
En la Argentina de Milei, ya no se oculta la realidad: “no hay plata”, repite el Presidente como mantra. Pero en Jujuy, ese “no hay” se vive con otra carga: la del “no hay para nosotros”, porque los únicos que parecen a salvo del ajuste, del deterioro y del empobrecimiento son los políticos. Esa es la única certeza colectiva que une al votante de derecha, izquierda o centro.
El caos sin consenso
En medio de una era líquida, sin paradigmas, sin valores sólidos, sin anclas culturales o económicas, la gente vive con un peso inédito: el de no saber cómo proyectar su vida. Personas con trabajo estable que ya no llegan a fin de mes. Emprendedores derretidos en impuestos. Jubilados reducidos a sobrevivientes. Una clase media que se disuelve en la pobreza. Y millones que ya no creen en el ascenso social, porque esa escalera se cortó.
En ese contexto, la política jujeña parece sorda, atrapada en su laberinto de internas, egos y estrategias vacías. El peronismo —otrora patriarca norteño— es un cuerpo dinamitado. Ni Milei los identifica como su adversario, ni ellos logran convencer a nadie de ser su propio reflejo. Son casta de casta.
Por su parte, el oficialismo provincial, bajo el sello “Jujuy Crece”, no puede ocultar la fragilidad que dejó el paso fallido de Gerardo Morales por la escena nacional. La estrategia de multiplicar colectoras sin fin —una ley de lemas encubierta— no moviliza: espanta. Porque el votante entiende, aun sin teorías, que cuantas más boletas hay, menos claridad existe. Y más control tiene el aparato.
¿Una casta más grande de lo que creemos?
En Jujuy, donde el Estado está sobredimensionado, muchos sostienen que la casta no es una minoría: es un sistema. Que no basta con que el oficialismo gane bancas: el rechazo popular es palpable, silencioso pero creciente. Y por eso, el ausentismo del domingo no será pereza, será protesta. Una protesta muda, pero feroz: la de quienes deciden no avalar con su voto un sistema que no les da nada.
La LLA y la motosierra muda
La irrupción de La Libertad Avanza también tiene su paradoja en Jujuy. Llegan a escena cuando el país ya empieza a ver las grietas del relato libertario, desde el escándalo del caso Libras hasta la caída en el poder adquisitivo. Y sin embargo, la voz de Milei aún resuena con fuerza entre quienes exigen cortar con todo.
Pero en Jujuy, los candidatos de LLA no repiten la motosierra: la temen. Porque muchos son parte del Estado, viven del Estado, son casta libertaria en versión local. Aunque hay excepciones notables, referentes auténticos del antiestado, lo cierto es que el electorado ya olfatea la inconsistencia.
La izquierda: presencia sin llama
La izquierda jujeña, históricamente respetada por su compromiso, su presencia crítica y su honestidad, vuelve a poner a su máximo exponente en juego. Es una opción de castigo, una reserva ética en medio del derrumbe. Pero carece de chispa, de horizonte, de provocación transformadora. También se consume en el desgaste general de la política. También se enfría.
¿Y ahora?
Lo que se juega este domingo no es solo una elección legislativa: es el pulso de una provincia que no quiere seguir igual, pero tampoco sabe hacia dónde ir. El pueblo está más lúcido de lo que se cree, pero también más cansado que nunca. Y sin esperanza, sin expectativas, sin rumbo, votar se vuelve una carga. No un derecho.
El drama no es que haya ausentismo. El drama es que nadie parezca tener la vocación de convocar a algo más grande. A un sueño colectivo. A una épica nueva.
Y mientras eso no ocurra, los jujeños votarán con resignación. O no votarán. Y ambos gestos, esta vez, tendrán el mismo mensaje: basta.