Perico Noticias // La “reforma laboral” se instaló como si fuera la llave maestra. No lo es. Con salarios licuados, informalidad estructural y una escuela que expulsa silenciosamente, discutir primero la letra chica de los contratos es empezar por el techo. El orden lógico —y moral— es otro: trabajo digno para todos como objetivo-país y, recién después, una reforma que acompañe, no que reemplace, una estrategia de empleo y educación masiva.
Los datos gritan. Según UNICEF (MICS 2019-2020), entre los adolescentes que dejaron la escuela el 28% dice que “no le gusta el colegio / no lo considera necesario” y el 12% lo hace por dificultades económicas. No es un capricho individual: es un sistema que dejó de tener sentido para demasiados pibes y, además, les exige sobrevivir antes que aprender. Esa foto es anterior a la tormenta reciente; imaginar el cuadro hoy.
A la vez, la estructura productiva no ofrece una puerta de entrada digna. Más de la mitad de quienes trabajan lo hacen en condiciones precarias o por fuera de la protección plena (informales, cuentapropistas de baja productividad, monotributo de subsistencia). Es la radiografía que sintetiza CIPPEC: el empleo urbano está dominado por la informalidad y el rebusque, no por empleos de calidad.
Con esta base, prometer competitividad a fuerza de flexibilización luce —siendo generosos— ingenuo. No hay “competitividad” posible con baja calificación, baja densidad tecnológica y baja demanda agregada. El empresariado serio pide talento y estabilidad, no rotación barata. Cualquier manual moderno de desarrollo dice lo mismo: capital humano + innovación + financiamiento + reglas claras. La reforma —sin ecosistema— es serrucho sin madera.
El argumento de moda sostiene que “si bajamos costos, vendrán inversiones”. Falso dilema. Las inversiones llegan donde hay escala de consumo, infraestructura, previsibilidad y habilidades. Ninguna multinacional instala un hub para programadores mal pagos que no dominan competencias; instalan donde hay aprendizaje continuo y cadenas de proveedores. La evidencia internacional es consistente: los países que subieron su productividad antes ordenaron su sistema educativo y mientras tanto crearon empleo de transición con capacitación paga.

Por eso el debate urgente es otro: Plan Nacional de Empleo + Educación. Objetivos concretos: (1) que ningún joven abandone por motivos económicos (beca automática y tutoría obligatoria), (2) que el secundario cambie de formato —menos “materias sueltas”, más proyectos, oficios digitales e industria 4.0, pasantías reales—, (3) que todo programa social se convierta en formación con salario y certificación, (4) que pymes accedan a un crédito fiscal por capacitación dual y por primer empleo formal.
¿Dónde ancla la reforma laboral? En simplificar y dar previsibilidad: registro digital unificado, reducción de litigiosidad con seguros de desvinculación, incentivos a la formalización progresiva en microempresas, y negociación colectiva sectorial 2.0 que premie productividad por capacitación. La clave es el verbo acompañar, no sustituir. Sin demanda y sin aprendizaje, cualquier desregulación es papel pintado.
También hay un imperativo ético: proteger al que estudia y trabaja. Si un adolescente deja la escuela porque “no le sirve”, la política fracasó. No se arregla con telegramas de despido más baratos. Se arregla con escuelas que enseñen lo que el mundo paga y trabajo formal que pague lo que la vida cuesta. Y se financia reasignando gasto ineficiente hacia un Fondo Educación + Empleo con metas verificables: matrícula retenida, horas de formación certificadas, inserciones laborales formales por distrito.
El sindicalismo y la oposición tienen su parte. Discutir sólo la “letra chica” de indemnizaciones mientras la mitad del país vive en la intemperie laboral es perder el partido en la pizarra. Hay que pelear por un nuevo contrato social del trabajo: estabilidad para invertir y aprender, protección para transitar, y salarios que vuelvan a mover el consumo. Sin eso, no habrá “derrame” sino más desierto.
Y a quien gobierna le toca liderar la agenda que sí cambia destinos: alfabetización plena en 3° grado, matemática útil en 6°, inglés funcional, programación y mecatrónica en secundario, y oficio certificado para adultos. Lo demás es ruido. Educación primero, empleo digno después; reforma laboral como complemento, no como coartada. Esa es la ruta seria para salir del laberinto.
