EE. UU. primero, EE. UU. solo

 EE. UU. primero, EE. UU. solo

El presidente estadounidense, Donald Trump, pone a prueba el acuerdo nuclear con Irán y, de ese modo, recupera a sus aliados más cercanos. Sin embargo, EE. UU. se aísla aún más del mundo, opina Carsten von Nahmen.

Durante el discurso televisivo en el que anunció su nueva estrategia de cara al acuerdo nuclear con Irán, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se mostró como el gran protector de sus compatriotas. La imagen que el mandatario tiene de sí mismo es compartida por muchos de sus simpatizantes; esa es una de las razones por las cuales votaron por él. Trump, el defensor del pueblo estadounidense ante un mundo hostil. ¿Qué otra cosa cabía esperar? A fin de cuentas, su alocución estaba dirigida a sus acólitos. Lo que los demás opinen sobre su política exterior no importa. Con el paso del tiempo, el eslogan de Trump, «America first”, suena más y más como «America alone”. El gigante norteamericano se aisla.

Contra el legado de Obama

En 2016, durante su campaña para llegar a la Casa Blanca, Trump describió el acuerdo nuclear con Irán –sellado por su predecesor, Barack Obama, y negociadores europeos, rusos y chinos– como un error; como el peor pacto en la historia de Estados Unidos. Ahora está en el poder y ha llegado el momento de cumplir su promesa electoral de anular el convenio.

A pesar de esto, Trump no llegó tan lejos el viernes (13.10.2017) durante su discurso. Aún no. Sus principales asesores en materia de política exterior y de seguridad, como el ministro de Defensa Mattis, el ministro de Relaciones Exteriores Tillerson y el asesor de Seguridad McMaster, argumentaron enérgicamente que tal medida debería evitarse, alegando que las ambiciones de armamento atómico persas ya no podrían controlarse sin un acuerdo.

¿Cómo se vería entonces si se termina con este pacto, aunque no haya razones para ello? El Gobierno iraní se ha mostrado comprometido con las obligaciones impuestas por el acuerdo. Esto lo confirman los aliados europeos, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) e incluso los mismos generales de Trump.

Trump cambia las reglas del juego

Sin embargo, esperar que Trump confirmara la viabilidad de este convenio, que es el legado central de Obama en materia de política exterior, era pedirle demasiado. Tanto más cuando eso implicaría admitir el éxito del acuerdo cada noventa días frente al Congreso y a los ciudadanos de su país.

Y así, el presidente saca a relucir un artilugio que ya ha utilizado en su vida previa como hombre de negocios y estrella de televisión: redefinir las reglas del juego a su favor. Para él no importa si Teherán se adhiere a lo pactado en el acuerdo nuclear. Lo que importa es si Irán le hace justicia o no al «espíritu» del acuerdo. Y ese es el criterio con el que Trump finalmente medirá si el Gobierno iraní está haciendo las cosas bien.

Esto claramente no favorecerá al acuerdo: el régimen de los mulás en Teherán oprime a su propio pueblo, amenaza a Israel con destruirlo y apoya al dictador sirio Bashar al Assad, al Hezbolá libanés y a otras milicias y grupos terroristas en la región. Esto es repulsivo e inaceptable. Pero ese no es el punto tratado en el acuerdo nuclear. Éste busca prevenir una guerra nuclear incontrolada en el ya inestable y peligroso Medio Oriente.

El arreglo funciona a pesar de no ser un convenio perfecto desde una perspectiva occidental. Una solución intermedia es mejor que la ausencia absoluta de entendimiento.

Típico Trump

Algunos dicen que el acuerdo nuclear aún no está muerto, que el Congreso estadounidense todavía puede controlar el asunto. Pero, en verdad, el daño ya está hecho. Y el mensaje es claro: los acuerdos con los Estados Unidos no valen nada porque el presidente de turno puede ponerlo en tela de juicio en cualquier momento sin necesidad de ofrecer una alternativa realista.

Asimismo, el hecho de que Trump esté empujando la responsabilidad de la solución del problema al Congreso, solo demuestra cuán irresponsable es. Típico de Trump: hacer declaraciones arrogantes para su propia satisfacción y la de sus seguidores. De los detalles que se ocupen otros.

Todos los que tal vez esperaban al comienzo de la presidencia de Trump que el populista creciera en su cargo y percibiera seriamente su responsabilidad por su país y el mundo, habrán perdido ya, a estas alturas, cualquier esperanza.

Autor: Carsten von Nahmen (few/erc)

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