El abrazo del oso ruso: cómo Trump reconfigura el tablero global al ritmo del Kremlin

El abrazo del oso ruso: cómo Trump reconfigura el tablero global al ritmo del Kremlin

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La escena parece salida de una novela de espionaje de la Guerra Fría, pero ocurre en tiempo real, ante los ojos del mundo y con un protagonista tan polémico como determinante: Donald Trump. El expresidente norteamericano, favorito para las próximas elecciones, ha caído —según los expertos— en lo que el profesor Eduardo Irastorza denomina «el abrazo del oso ruso», una figura retórica que describe una relación cada vez más estrecha, asimétrica y peligrosamente condicionante con el régimen de Vladimir Putin. Y ese abrazo, lejos de ser diplomático, se vuelve más asfixiante con cada día que pasa.

La advertencia de Irastorza no es menor ni aislada. A medida que se aproxima el escenario electoral en Estados Unidos, y la retórica trumpista se vuelve más beligerante hacia la OTAN y más distante de Ucrania, la sensación en Europa es de desamparo estratégico. Si la mayor potencia del mundo abandona el apoyo militar, logístico e informativo a Kiev, el conflicto en el Este europeo ingresará en una fase crítica, probablemente irreversible, en favor de Moscú. Para Irastorza, el cálculo de Putin es claro: si logra que Trump retorne a la Casa Blanca, la balanza geopolítica podría inclinarse sin necesidad de nuevas ofensivas militares, simplemente dejando a Ucrania sin municiones y sin cobertura.

En este contexto, la guerra en Ucrania ya no se libra únicamente en las trincheras del Donbás o los suburbios de Jersón. También se juega en los despachos de Washington, en los discursos de campaña y, especialmente, en la percepción pública estadounidense. Trump ha sabido capturar el descontento de sectores republicanos con la guerra, presentando la ayuda a Ucrania como un gasto innecesario que desvía recursos de la “América real”. Es un mensaje potente, cargado de nacionalismo económico, pero que —de triunfar— significaría dejar al continente europeo expuesto y fracturado.

Paco Arnau, analista internacional, lo resume con crudeza: “Europa no tiene capacidad de sustituir a Estados Unidos, ni en armamento, ni en inteligencia, ni en liderazgo”. Más aún, advierte que los líderes europeos están debilitados internamente, sin respaldo social suficiente para sostener a largo plazo un conflicto que cada vez resulta más lejano para sus pueblos, pero que está peligrosamente cerca de sus fronteras. La industria de defensa europea no puede responder al ritmo que exige la guerra, y menos aún si queda sola.

Aquí emerge la trampa rusa: Rusia no necesita una victoria militar decisiva si consigue una victoria diplomática vía Washington. Trump —consciente o inconscientemente— se ha vuelto funcional a esa estrategia. Su cercanía ideológica con Putin, su desprecio por las estructuras multilaterales y su visión transaccional de la política exterior construyen un escenario ideal para Moscú. El “abrazo del oso” no es afecto: es dominación. Es la manera en que una potencia en declive como Rusia intenta reposicionarse en el centro del mundo, utilizando como apalancamiento la división de Occidente y el populismo norteamericano.

¿Puede Europa plantar cara a Trump? Por ahora, sólo con gestos simbólicos y discursos de ocasión. Pero el tiempo apremia. La elección en Estados Unidos se ha convertido, en términos geopolíticos, en un referéndum sobre la continuidad del orden liberal occidental. Si Trump gana, no sólo Ucrania estará sola: también lo estará Europa. Porque la guerra ya no es sólo entre Rusia y Ucrania, sino entre dos modelos de mundo.

El conflicto ha mutado en una guerra de voluntades: ¿sobrevivirá la alianza occidental a la implosión de sus liderazgos? ¿Podrá la Unión Europea gestar una autonomía estratégica real o volverá a ser, como en siglos pasados, un terreno de disputa entre imperios ajenos?

Trump, atrapado —o tal vez seducido— por el abrazo del oso ruso, parece decidido a desandar décadas de construcción geopolítica para volver a una lógica de poder crudo y alianzas flexibles. Pero los costos de ese giro no serán simbólicos: serán medidos en territorio perdido, en soberanía quebrada y en pueblos abandonados.

Y así, mientras el oso aprieta, el mundo contiene la respiración.

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