El ajuste no se hace con hambre: el fracaso libertario de Milei y la deuda moral con los vulnerables

El ajuste no se hace con hambre: el fracaso libertario de Milei y la deuda moral con los vulnerables


Mientras Javier Milei tuitea en mayúsculas y se autoproclama cruzado del mercado, la oposición —esa amalgama de sectores aún dispersos pero reactivos ante el atropello— le acaba de dar una lección de humanidad en el Congreso. Contra viento, marea y trolls digitales, se aprobó una fórmula jubilatoria que representa el mínimo acto de justicia para millones de argentinos que no pueden seguir sosteniendo el ajuste con su estómago vacío.

La respuesta presidencial no fue debatir, ni proponer una fórmula superadora. Fue una amenaza. Una más. En lugar de reconocer la legitimidad de las instituciones democráticas, Milei optó por denunciar una «ley de quiebra fiscal» y convocar a su base más radicalizada a un nuevo frente de confrontación. Esta reacción visceral y antirrepublicana no solo lo muestra desesperado por conservar el monopolio del relato económico, sino también incapaz de concebir una Argentina donde el pueblo no sea una variable de ajuste.

El silencio ruidoso de las ideas

Desde que asumió, Milei prometió dinamitar el Estado, pero lo que está volando por los aires es el contrato social. No hay un solo programa de gobierno que priorice el bienestar del conjunto, ni una política que construya futuro más allá del recorte salvaje. Cada iniciativa que emana del oficialismo es un sádico manual de austeridad sin horizonte. Jubilados, trabajadores informales, madres de la AUH, estudiantes de universidades públicas: todos fueron convertidos en enemigos del déficit fiscal, como si su subsistencia fuera la causa del estancamiento argentino.

No hay ideas, hay dogmas. No hay soluciones, hay excusas. No hay un plan de desarrollo productivo, hay castigo presupuestario. Y ante cada señal de resistencia institucional —como la votación en Diputados—, el presidente responde con épica apocalíptica y un desprecio preocupante por los resortes democráticos.

Una advertencia al resto del sistema político

El progresismo y el peronismo tienen, en este punto, una oportunidad histórica para capitalizar lo que Milei les deja servido en bandeja: el fracaso de una política sin alma. Pero esa oportunidad exige algo más que tuits indignados o declaraciones nostálgicas. Exige la construcción de un nuevo relato: uno donde el ajuste no se descargue sobre los que menos tienen, donde los derechos no sean obstáculos al crecimiento y donde el mercado no se imponga como dios único.

El peronismo ha estado groggy, sin reflejos, paralizado por su propia contradicción entre la nostalgia y la cooptación institucional. Pero la calle está pidiendo otra cosa: una propuesta concreta, moderna, pero anclada en el principio básico de humanidad. Porque si Milei es la respuesta, ¿cuál era exactamente la pregunta que no supimos responder antes?

El límite lo marca la dignidad

No se trata de negar los problemas fiscales, sino de discutir quién los paga y cómo se resuelven. Ajustar sin sensibilidad, sin una hoja de ruta para la inclusión, sin distribución progresiva del esfuerzo, es una forma encubierta de crueldad. La política económica libertaria no es solo errada: es moralmente inaceptable. No hay justificación técnica que legitime el hambre, ni cálculo actuarial que convierta en prescindibles a quienes trabajaron toda una vida.

Si este es el modelo de libertad que Milei vino a imponer, entonces el sistema político y la sociedad argentina están frente a una encrucijada histórica: aceptar el darwinismo social como política de Estado o reconstruir el lazo solidario que alguna vez nos permitió mirar al futuro sin miedo.

El presidente podrá seguir gritando desde el balcón. Pero la democracia tiene sus propios gritos: los que surgen desde las bancas del Congreso, desde los clubes de barrio, desde las aulas vaciadas, desde las plazas llenas de jubilados. Esos son los gritos que construyen futuro.

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